ERA UN VIERNES...



Era un viernes, de invierno, como tantos,
y amanecía el mar junto a la playa,
las olas murmuraban dulcemente
para quitar la sal de sus pestañas.

Habían madrugado las gaviotas
y buscaban comida entre las algas,
ese manjar sublime y deseado
que sus picos tomaban y tragaban.

El faro contemplaba silencioso
la luz del horizonte, con el alba,
el sol que sustituye su trabajo
haciendo más extensa la atalaya.

Cabizbajo y mirando hacia lo lejos,
indolente al rumor de la resaca,
paseaba sin rumbo definido
un gorrión desprendido de la rama.

¿Qué misterio ofrecía su figura
y por qué por la arena caminaba,
un gorrión que tenía tierra adentro
un lugar, con su nido y con su casa?

No hay respuesta real a esta pregunta
ni pretende el poeta reflejarla,
hoy se quedan, tal vez, en el tintero
las esquirlas de tinta muy calladas.

Me pregunto mil cosas, cada día,
y, a la vez, cuando empieza la mañana,
por ejemplo, si hay vida en los silencios,
y también si hay respuestas en la nada.

Pero veo que ruge la tormenta;
las preguntas me ahogan la garganta,
y no tengo respuestas a las mismas
ni tampoco  yo sé dónde encontrarlas.

"...Era un viernes, de invierno, como tantos,
cuando vi que los cielos, me enviaban,
unos versos de paz a mis preguntas
y el salitre y caricias de las aguas..."

Rafael Sánchez Ortega ©
23/02/18

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