AHORA QUE EL TIEMPO HA PASADO...
I
Ahora que el tiempo ha pasado,
y te recuerdo nuevamente,
ahora que el calor del verano hace
que en las noches mire a las estrellas,
es ahora ¡sí!, cuando vuelvo de nuevo
hacia el pasado y pienso en ti,
Ciudad Recuerdo.
II
Me pregunto si existían azoteas
en tus casas,
y si en ellas paseaban las palomas,
me pregunto, si en las calles
circulaban bicicletas,
si las fuentes de los parques
daban agua,
si las nubes contemplaban a los niños,
si los cromos se cambiaban en los patios,
si las siestas acudían a los hombres,
si la sed y la codicia inundaba de lujuria
a los amantes.
III
Más no quiero tu respuesta a mis preguntas,
son latidos, solamente,
que florecen en mi pecho y en mi alma,
son el grito que me dice que la vida
continúa,
y que ahí, contigo,
entre tus piedras y en tus calles,
está la esencia que me llama,
el lirio florecido de tus labios,
las rosas que me dieron tus pupilas,
y el beso ¡sí!,
el beso de tus labios temblorosos
que encendió la llama en la linterna
de mi alma,
y con ella el renacer de la esperanza.
IV
Y no ¡querida mía!, no quiero tu respuesta,
ni quiero tus palabras,
prefiero tu silencio y tu respeto,
prefiero esta tortura que me ahoga,
prefiero amarte así, en la distancia
y en el eco del recuerdo inolvidable
que un día destapaste,
para hacerme compartir el néctar variopinto
de tu risa,
la lágrima furtiva que pude restañar
de tus mejillas
y la eterna compañía de tu cuerpo
y de tu abrazo en una noche
donde el tiempo se detuvo,
y detuvimos, sabiamente.
V
Y todo sucedió allí, y tú lo sabes,
en una cabañita sin nombre,
en un lugar apartado,
en un rincón de esa hermosa Ciudad
Recuerdo,
que al pensar, de nuevo en ella,
una sombra de nostalgia la envuelve,
y envuelve también a mi alma.
VI
Porque allí te amé y me amaste.
Allí nos amamos sin palabras,
sin gestos,
sintiendo el calor de nuestras manos,
el candor de las miradas que leían
el libro sagrado del fondo de las almas,
sintiendo el temblor de los cuerpos
excitados
que se buscaban en la caricia,
en los dedos que dibujaban extraños
arabescos en la piel estremecida,
y buscando el amor en todo instante,
aspìrando el olor de los cuerpos,
mezclando los sudores,
intercambiando besos y suspiros
y quedando rendidos en un sueño
profundo e interminable.
VII
...Pero tenía que acabar,
(y lo sabíamos),
y lloramos por ello,
nos rebelamos y quisimos luchar
contra el destino,
en una batalla inútil y perdida
de antemano.
VIII
Nosotros éramos pequeñas piezas de plomo
en un panel de juguetes,
pequeños peones que el destino juntó
para que abrieran la ventana a la luz,
para que sintieran sus latidos,
para que aspiraran la brisa y contemplaran
las rosas.
¡Sí, eso éramos! y eso fuimos.
IX
Pero el destino no sabía que tras la ventana
abierta,
había una Ciudad que nos entregaba algo
diferente,
algo distinto y que no tenía precio,
y allí descubrimos el Amor con mayúsculas,
la entrega sin pedir nada,
el Amor en su más pura esencia,
y la raíz de la vida.
X
...Y allí te dejamos, Ciudad Recuerdo,
con lágrimas en los ojos,
con el corazón entristecido,
con la mente nublada por tanta injusticia,
con el paso cambiado y un dolor en el pecho...
XI
...Allí te dejamos y allí te dejé,
y ahora, cuando el tiempo ha pasado,
con nostalgia te recuerdo,
y sólo quiero pensar en que fui feliz,
y en que fuimos felices,
y eso es algo que nadie podrá nunca
arrebatarnos,
porque entre tus piedras y entre tus calles,
estará siempre la huella del cariño,
y el manto de los sueños
con que nos cubrimos.
Rafael Sánchez Ortega ©
08/07/11
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