EL ADIOS.
Llegó y se inclinó, para besar sus labios
de los que tantas veces había recibido
una respuesta.
(La mujer cerró los ojos en silencio)
Era un adiós sincero y para siempre,
era el momento previo a la partida,
era la sinrazón de todo lo vivido,
era el instante gris de la derrota,
era la fantasía inerte de los sueños,
era el final, por mucho que doliera.
(Ella se estremeció, quizás al recordarlo)
Unas palabras salieron a su oído
como el puñal ardiente que traspasa,
como la voz perdida en el desierto,
como el vagón del tren que se evapora,
como la luna soñolienta del verano,
como el final en el teatro de la vida.
(Ella sorprendida abrió los ojos y tendió su mano)
Pero nada se acercaba hasta sus dedos,
ni la mano de la voz que la besaba,
ni la brisa del nordeste y las mareas,
ni la sombra de la noche con su manto,
ni el saludo parpadeante de la estrella,
ni la nota del final de aquel concierto.
(La mujer sabía que era el adiós, que no quería)
Porque eso era, en realidad, un adiós,
un acercar los labios y alejarse,
un palpitar del pecho que despierta,
era un gritar por algo que se pierde,
era el sufrir por tiempos y distancias,
y era el final de amar, y todo lo soñado.
Rafael Sánchez Ortega ©
01/09/11
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