MIRO MIS MANOS YA CANSADAS...
Miro mis manos ya cansadas,
el viejo cuaderno transparente de mi alma,
la pluma de mis dedos vacilante,
la tinta inescrutable de mis labios.
Miro y veo todo esto y me pregunto
si es posible que yo exista,
que yo viva en este mundo de los versos,
que yo sea el carcelero de mi vida,
y a la vez, el prisionero de los sueños
y utopías.
Hay un velo que me ciega y me confunde,
una niebla que traspasa los sentidos,
una bruma que adormece cuanto toca,
un vestido, desgarrado, que se pliega
a los caprichos del destino.
Sin embargo son mis manos las que gritan,
las que sienten el nervioso cosquilleo
de la sangre por las venas,
las que juntan las palabras y las unen,
las que llevan letra a letra, a la cuartilla,
con acierto o desacierto,
tantos ratos y momentos de ilusión y fantasía
y las hacen formar vida en el poema.
Son mis manos las que miro,
manos viejas, casi ancianas,
manos firmes y robustas que han bailado,
con sus dedos,
al compás de aquella música en la tarde,
agotando los suspiros de los mares.
Fueron ellas las que un día, en una noche,
señalaron las estrellas,
las que hicieron lentamente el recorrido
por un valle sinuoso e incitante,
con desiertos y colinas,
en la tierra tan vibrante de aquel cuerpo
estremecido que gemía y suspiraba
suplicando mil caricias.
Fueron ellas, esas manos, las que un día,
en una tarde,
apoyaron a otras manos en la larga despedida,
de aquel viaje sin retorno.
Fueron ellas las que luego restañaron
unas lágrimas traidoras que rodaron de los ojos
y bajaron por la cara.
Fueron ellas, esas manos ya cansadas,
las que amaron y sintieron el suspiro de la vida.
...Y por eso ahora las miro y las remiro
mientras hago este poema,
estos versos vacilantes que planean en mi alma
cual gaviotas en el puerto deseando ver la vida.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/09/11
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