APARECEN LAS NUBES DE OTOÑO
Aparecen las nubes de otoño
aunque estemos aún en verano,
y se vuelven los días pequeños
y se pasan los días volando.
Es septiembre, lo sé y es muy pronto,
el calor se prodiga despacio,
en la playa la arena calienta
y el nordeste nos deja su abrazo.
Hay un beso que baja del cielo
para el alma que está suspirando,
hay un soplo que mandan los dioses
hacia el pecho que ahoga su llanto.
Porque el hombre que es hombre y que siente,
el que apura tal vez su cigarro,
es el hombre de manos curtidas
por labrar los terrones del campo.
Por sembrar el centeno en su día,
por cuidar los trigales dorados,
por regar la impaciente cebada
desde el alba que empieza al ocaso.
Otro hombre con boina en su frente
examina despacio su casco,
esas tablas gastadas y viejas,
las que forman con ellas su barco.
Hay rendijas que cubre la estopa
y la brea maquilla con garbo,
y un aroma en su proa y su mástil
con salitre de meses y años.
Aparecen las nubes de otoño
para el hombre de pelo entrecano,
para el niño con paso seguro
para el joven que marcha al trabajo.
Hoy el hombre no mira las nubes,
simplemente dormita en un banco,
tan ajeno al verano que marcha
y al otoño que llega muy raudo.
Pero el niño cargado de libros,
con sus ojos azules y claros,
es un ángel con tintes rebeldes
y que lleva seguros sus pasos.
Más el joven que va a su rutina,
el que marcha al trabajo silbando,
es consciente de estar en septiembre
porque espera el candor de unos labios.
...Es septiembre, lo sé, sin reservas,
es el mes especial, sin dudarlo,
aunque haya otros meses distintos
este mes tiene gracia y encanto.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/09/10
aunque estemos aún en verano,
y se vuelven los días pequeños
y se pasan los días volando.
Es septiembre, lo sé y es muy pronto,
el calor se prodiga despacio,
en la playa la arena calienta
y el nordeste nos deja su abrazo.
Hay un beso que baja del cielo
para el alma que está suspirando,
hay un soplo que mandan los dioses
hacia el pecho que ahoga su llanto.
Porque el hombre que es hombre y que siente,
el que apura tal vez su cigarro,
es el hombre de manos curtidas
por labrar los terrones del campo.
Por sembrar el centeno en su día,
por cuidar los trigales dorados,
por regar la impaciente cebada
desde el alba que empieza al ocaso.
Otro hombre con boina en su frente
examina despacio su casco,
esas tablas gastadas y viejas,
las que forman con ellas su barco.
Hay rendijas que cubre la estopa
y la brea maquilla con garbo,
y un aroma en su proa y su mástil
con salitre de meses y años.
Aparecen las nubes de otoño
para el hombre de pelo entrecano,
para el niño con paso seguro
para el joven que marcha al trabajo.
Hoy el hombre no mira las nubes,
simplemente dormita en un banco,
tan ajeno al verano que marcha
y al otoño que llega muy raudo.
Pero el niño cargado de libros,
con sus ojos azules y claros,
es un ángel con tintes rebeldes
y que lleva seguros sus pasos.
Más el joven que va a su rutina,
el que marcha al trabajo silbando,
es consciente de estar en septiembre
porque espera el candor de unos labios.
...Es septiembre, lo sé, sin reservas,
es el mes especial, sin dudarlo,
aunque haya otros meses distintos
este mes tiene gracia y encanto.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/09/10
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