TUVO QUE SER EN SEPTIEMBRE
Tuvo que ser en septiembre
y en un día especial y diferente
cuando todo sucediera.
Quizás porque septiembre fue el principio,
quizás también, porque marcó la despedida
del verano recibiendo la llegada del otoño,
quizás, porque ahora, en un día tan concreto,
desde el vacío surgió la vida,
crecieron unos sueños,
vibraron cientos de ilusiones,
y se inflamaron las pupilas mirando al infinito
en una espera interminable.
Pero también este septiembre fue el final
de una larga etapa,
de otra vida,
de un absurdo incomprensible
al que en un tiempo idealicé,
en la figura y la persona ahora ausente.
Cuando pienso en ese tiempo me rebelo,
y me digo muchas veces que no es justo
que las sombras eclipsaran a la luz,
que las formas sinuosas de los sueños
me impidieran ver las manos que venían
a las mías,
y también, que mi mirada, cautivada,
no se diera cuenta, hasta otro septiembre,
de que había una persona que existía,
que gritaba y que pedía
ese trozo de cariño de mi alma,
ese vaso que yo puse entre sus labios,
esas manos temblorosas que tomé entre las mías,
esos ojos que buscaban lo que tanto deseaban,
esos labios susurrando, sin descanso
solamente un nombre que existía,
que vivía y que lloraba
no atreviéndose a venir hasta su lado
y negando aquel deseo tan postrero.
Ahora estamos en septiembre,
en un tiempo de descuento,
de paréntesis díria,
entre flores y oraciones,
casi estamos en otoño,
ya han pasado nueve meses de este año,
atrás quedan otros meses transcurridos,
otras sendas y caminos, otros pasos y personas,
otras gentes.
Sin embargo es un paréntesis,
una raya que divide
un pasado y un futuro que se alejan,
un presente día a día
desde hoy hasta la nada,
desde ayer hasta mañana,
y así pasan los segundos,
los minutos y las horas.
Ya no sé donde te escondes, mi septiembre,
aunque sé que estás muy cerca,
porque siempre lo has estado,
para bien o para mal,
desde el día de mi infancia,
hasta el día que llevaste de mi lado
a los seres más queridos.
Así eres tú, septiembre,
con las luces y las sombras,
con la música de fondo que
desgranan las cigarras en la noche,
y esa otra que se callan las guitarras
embobadas y cansadas que ya duermen.
Es septiembre, simplemente.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/09/10
y en un día especial y diferente
cuando todo sucediera.
Quizás porque septiembre fue el principio,
quizás también, porque marcó la despedida
del verano recibiendo la llegada del otoño,
quizás, porque ahora, en un día tan concreto,
desde el vacío surgió la vida,
crecieron unos sueños,
vibraron cientos de ilusiones,
y se inflamaron las pupilas mirando al infinito
en una espera interminable.
Pero también este septiembre fue el final
de una larga etapa,
de otra vida,
de un absurdo incomprensible
al que en un tiempo idealicé,
en la figura y la persona ahora ausente.
Cuando pienso en ese tiempo me rebelo,
y me digo muchas veces que no es justo
que las sombras eclipsaran a la luz,
que las formas sinuosas de los sueños
me impidieran ver las manos que venían
a las mías,
y también, que mi mirada, cautivada,
no se diera cuenta, hasta otro septiembre,
de que había una persona que existía,
que gritaba y que pedía
ese trozo de cariño de mi alma,
ese vaso que yo puse entre sus labios,
esas manos temblorosas que tomé entre las mías,
esos ojos que buscaban lo que tanto deseaban,
esos labios susurrando, sin descanso
solamente un nombre que existía,
que vivía y que lloraba
no atreviéndose a venir hasta su lado
y negando aquel deseo tan postrero.
Ahora estamos en septiembre,
en un tiempo de descuento,
de paréntesis díria,
entre flores y oraciones,
casi estamos en otoño,
ya han pasado nueve meses de este año,
atrás quedan otros meses transcurridos,
otras sendas y caminos, otros pasos y personas,
otras gentes.
Sin embargo es un paréntesis,
una raya que divide
un pasado y un futuro que se alejan,
un presente día a día
desde hoy hasta la nada,
desde ayer hasta mañana,
y así pasan los segundos,
los minutos y las horas.
Ya no sé donde te escondes, mi septiembre,
aunque sé que estás muy cerca,
porque siempre lo has estado,
para bien o para mal,
desde el día de mi infancia,
hasta el día que llevaste de mi lado
a los seres más queridos.
Así eres tú, septiembre,
con las luces y las sombras,
con la música de fondo que
desgranan las cigarras en la noche,
y esa otra que se callan las guitarras
embobadas y cansadas que ya duermen.
Es septiembre, simplemente.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/09/10
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