ACOSTUMBRADO AL BESO Y LA CARICIA...
Acostumbrado al beso y la caricia
sentía que se ahogaba por un beso,
un beso simplemente de sus labios
que luego dormiría con el viento.
Pero ahora que se hallaba desterrado
buscaba su pasado en el recuerdo,
la dura travesía de la vida
la dura soledad y hasta el desierto.
Tomaba con sus manos la ceniza,
buscaba los rosales del inverno,
miraba por los fríos ventanales
la nieve con la escarcha, junto al hielo.
Pero también notaba aquella falta,
el beso tan ansiado con el rezo,
la mano que rozaba sus mejillas
los dedos que alisaban a su pelo.
La soledad, venía en la respuesta,
era la voz oscura del silencio,
sin flores ni caricias y sin nada
llegando hasta su lado como un eco.
Un eco silencioso y sin palabras,
un eco solitario y sin el beso,
la eterna sinfonía deseada
la mano portadora de lo eterno.
Un suspiro mandado en la distancia
llegaba tan cruel como el acero,
venía con la carga dolorosa
que dejan los oscuros pensamientos.
Aquellos que soñaron tantas tardes
los ojos que miraban a lo lejos,
en busca de la imagen y figura
soñada en los rincones del cerebro.
La soledad seguía con su abrazo,
sentía su tenaza y los anhelos,
tenía sed ardiente y cegadora,
sus labios musitaban balbuceos.
Para al final decirse que no es justo,
que todo es irreal, y este tormento
es fruto del amor y del cariño
nacido y compartido, que ya ha muerto.
¡Oh tierno corazón, detén tu marcha!,
tus pasos se encaminan al infierno,
por culpa de ese néctar que has bebido,
¡la pócima fatal, de tu destierro!
Rafael Sánchez Ortega ©
28/11/10
sentía que se ahogaba por un beso,
un beso simplemente de sus labios
que luego dormiría con el viento.
Pero ahora que se hallaba desterrado
buscaba su pasado en el recuerdo,
la dura travesía de la vida
la dura soledad y hasta el desierto.
Tomaba con sus manos la ceniza,
buscaba los rosales del inverno,
miraba por los fríos ventanales
la nieve con la escarcha, junto al hielo.
Pero también notaba aquella falta,
el beso tan ansiado con el rezo,
la mano que rozaba sus mejillas
los dedos que alisaban a su pelo.
La soledad, venía en la respuesta,
era la voz oscura del silencio,
sin flores ni caricias y sin nada
llegando hasta su lado como un eco.
Un eco silencioso y sin palabras,
un eco solitario y sin el beso,
la eterna sinfonía deseada
la mano portadora de lo eterno.
Un suspiro mandado en la distancia
llegaba tan cruel como el acero,
venía con la carga dolorosa
que dejan los oscuros pensamientos.
Aquellos que soñaron tantas tardes
los ojos que miraban a lo lejos,
en busca de la imagen y figura
soñada en los rincones del cerebro.
La soledad seguía con su abrazo,
sentía su tenaza y los anhelos,
tenía sed ardiente y cegadora,
sus labios musitaban balbuceos.
Para al final decirse que no es justo,
que todo es irreal, y este tormento
es fruto del amor y del cariño
nacido y compartido, que ya ha muerto.
¡Oh tierno corazón, detén tu marcha!,
tus pasos se encaminan al infierno,
por culpa de ese néctar que has bebido,
¡la pócima fatal, de tu destierro!
Rafael Sánchez Ortega ©
28/11/10
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario