QUERÍA CONQUISTAR EL UNIVERSO...
Quería conquistar el universo
con amor, con su letra y su palabra,
y se encontraba ahora detenido
una tarde de otoño en la montaña.
Estaba muy cansado de la vida,
andando por los campos y calzadas,
sin tiempo de cubrirse de la lluvia,
mojado por las penas y las lágrimas.
Soñaba con que un día no lejano
sus pasos hasta ella le llevaran,
al mar de los suspiros y corales,
al manto verdinegro de sus aguas.
Ansiaba caminar por esa arena,
tan fina, tan ardiente y tan dorada,
sentir la suave brisa del nordeste,
el roce del salitre por su cara.
Por eso contemplaba ensimismado
los años transcurridos de su marcha,
los sueños de su fértil fantasía,
la marcha hacia el desierto de su alma.
Buscó por mucho tiempo la quimera,
la eterna filigrana tan ansiada,
la voz que le contara sus secretos,
la letra con el eco en la distancia.
Más caminó por sitios muy diversos,
llamando por las puertas y ventanas,
buscando entre las sombras la silueta,
la huella tan querida y tan ansiada.
Y no lo consiguió, todo fue en vano,
silencio y soledad, tan sólo hallaba,
los años le pasaron lentamente,
su pelo se cubrió de dulces canas.
El hombre soñador, aquel poeta,
dejaba que su pluma descansara,
estaba con los ojos muy cansados,
mirando sin mirar hacia la nada.
Estaba en el final del largo viaje;
el invierno sin prisas se acercaba,
venía con los cielos de tormentas,
para romper sus sueños y esperanzas.
Tenía que correr, gritar muy alto,
la vida no se escribe ni se acaba,
debía de marchar a su destino
tras su sangre latiendo acelerada.
Sentía la hemorragia de su vida,
sabía de la herida que llevaba,
tenía que llegar hasta su lado,
para besar al mar, junto a la playa.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/12/10
con amor, con su letra y su palabra,
y se encontraba ahora detenido
una tarde de otoño en la montaña.
Estaba muy cansado de la vida,
andando por los campos y calzadas,
sin tiempo de cubrirse de la lluvia,
mojado por las penas y las lágrimas.
Soñaba con que un día no lejano
sus pasos hasta ella le llevaran,
al mar de los suspiros y corales,
al manto verdinegro de sus aguas.
Ansiaba caminar por esa arena,
tan fina, tan ardiente y tan dorada,
sentir la suave brisa del nordeste,
el roce del salitre por su cara.
Por eso contemplaba ensimismado
los años transcurridos de su marcha,
los sueños de su fértil fantasía,
la marcha hacia el desierto de su alma.
Buscó por mucho tiempo la quimera,
la eterna filigrana tan ansiada,
la voz que le contara sus secretos,
la letra con el eco en la distancia.
Más caminó por sitios muy diversos,
llamando por las puertas y ventanas,
buscando entre las sombras la silueta,
la huella tan querida y tan ansiada.
Y no lo consiguió, todo fue en vano,
silencio y soledad, tan sólo hallaba,
los años le pasaron lentamente,
su pelo se cubrió de dulces canas.
El hombre soñador, aquel poeta,
dejaba que su pluma descansara,
estaba con los ojos muy cansados,
mirando sin mirar hacia la nada.
Estaba en el final del largo viaje;
el invierno sin prisas se acercaba,
venía con los cielos de tormentas,
para romper sus sueños y esperanzas.
Tenía que correr, gritar muy alto,
la vida no se escribe ni se acaba,
debía de marchar a su destino
tras su sangre latiendo acelerada.
Sentía la hemorragia de su vida,
sabía de la herida que llevaba,
tenía que llegar hasta su lado,
para besar al mar, junto a la playa.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/12/10
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