EN UNA MECEDORA...
En una mecedora, no lejos de la tierra,
la luna y las estrellas jugaban al parchís,
lo hacían vigilantes, del mundo y de los hombres
que en casa descansaban tratando de dormir.
Vestían muy coquetas las faldas ambarinas,
con vuelos relucientes de seda y de marfil,
abajo muchos niños dormían y soñaban
pensando que su mundo tenía otro confín.
Seguro que a lo lejos seguía el horizonte
por valles y desiertos y mares con su añil,
la noche era muy larga, el cielo acompañaba
y así los serafines tocaban el violín.
No sé si con las fichas, ganaban las estrellas,
la luna, si perdía, quería presumir,
mostrarse, como siempre, bailando, encantadora,
al ritmo de las olas que cubren el tapiz.
La playa con las ocas, las fichas encantadas,
la luna y las estrellas se rascan la nariz,
y en cama nuestros niños suspiran nuevamente,
se sienten protegidos del miedo y el latín.
El tiempo no perdona y avanza con la noche,
el juego se suspende, comienza otro elixir,
por eso la partida se lleva hasta los niños,
que duermen, sin saberlo, ajenos al festín.
La tierna mecedora se queda abandonada
quizás en otra noche presuma con su alfil,
la luna y las estrellas se duermen y descansan,
y en casa los pequeños despiertan ya por fin.
Rafael Sánchez Ortega ©
21/01/17
la luna y las estrellas jugaban al parchís,
lo hacían vigilantes, del mundo y de los hombres
que en casa descansaban tratando de dormir.
Vestían muy coquetas las faldas ambarinas,
con vuelos relucientes de seda y de marfil,
abajo muchos niños dormían y soñaban
pensando que su mundo tenía otro confín.
Seguro que a lo lejos seguía el horizonte
por valles y desiertos y mares con su añil,
la noche era muy larga, el cielo acompañaba
y así los serafines tocaban el violín.
No sé si con las fichas, ganaban las estrellas,
la luna, si perdía, quería presumir,
mostrarse, como siempre, bailando, encantadora,
al ritmo de las olas que cubren el tapiz.
La playa con las ocas, las fichas encantadas,
la luna y las estrellas se rascan la nariz,
y en cama nuestros niños suspiran nuevamente,
se sienten protegidos del miedo y el latín.
El tiempo no perdona y avanza con la noche,
el juego se suspende, comienza otro elixir,
por eso la partida se lleva hasta los niños,
que duermen, sin saberlo, ajenos al festín.
La tierna mecedora se queda abandonada
quizás en otra noche presuma con su alfil,
la luna y las estrellas se duermen y descansan,
y en casa los pequeños despiertan ya por fin.
Rafael Sánchez Ortega ©
21/01/17
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