VIEJA ENCINA
Vieja encina de ramas retorcidas,
solitaria vigìa de aquel monte,
son tus hojas melenas tan rizadas
que la brisa remueve con desorden.
Se detiene a tu lado, en esta tarde,
un anciano con paso mas bien torpe,
va buscando recuerdos del pasado
en tu tronco rugoso, pero noble.
Y tú encina le cuentas muchas cosas,
con susurros un tanto monocordes
le confiesas leyendas escuchadas
de los labios hambrientos de aquel joven.
...Aquel tierno pastor con sus rebaños,
que llegaba también con sus canciones,
y con lindas y bellas melodías
que a los cielos mandaba sus acordes.
Él soñaba quizás con las estrellas,
en un mundo de buenos y de dioses,
sin saber que otra vida le esperaba
más allá de los campos y del bosque.
Pero tú, vieja encina, si sabías,
lo que existe a lo lejos y se esconde,
esos mimbres que mueven tantos vientos,
esos sauces y lirios tan llorones.
Le animaste a salir de su mutismo
a viajar y a mezclarse con los hombres,
a indagar por los ojos que buscaba
y hasta hablar de sus sueños e ilusiones.
Y tus ramas, lograron, vieja encina,
el milagro de seda, con su roce,
despertando en el cuerpo tan dormido
el volcán con la lava y las pasiones.
¡Ay encina que oteas en la tarde
a las secas campiñas con alcores!,
sigue fiel al recuerdo de tu alma
mientras sientes el coro con las voces.
El pasado se vuelve un torbellino,
y se agitan también los corazones,
y un anciano llegado desde lejos
ahora vive a tu lado sus amores.
Es el joven que antaño te veía,
quien venía a tu tronco con las flores,
el que pronto y temblando te abrazaba
vigilando contigo el horizonte.
Tus raíces penetran en la tierra,
las calizas separas sin un corte,
y tu tronco y tu sabia tienen vida,
tienen alma con versos de colores.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/10
solitaria vigìa de aquel monte,
son tus hojas melenas tan rizadas
que la brisa remueve con desorden.
Se detiene a tu lado, en esta tarde,
un anciano con paso mas bien torpe,
va buscando recuerdos del pasado
en tu tronco rugoso, pero noble.
Y tú encina le cuentas muchas cosas,
con susurros un tanto monocordes
le confiesas leyendas escuchadas
de los labios hambrientos de aquel joven.
...Aquel tierno pastor con sus rebaños,
que llegaba también con sus canciones,
y con lindas y bellas melodías
que a los cielos mandaba sus acordes.
Él soñaba quizás con las estrellas,
en un mundo de buenos y de dioses,
sin saber que otra vida le esperaba
más allá de los campos y del bosque.
Pero tú, vieja encina, si sabías,
lo que existe a lo lejos y se esconde,
esos mimbres que mueven tantos vientos,
esos sauces y lirios tan llorones.
Le animaste a salir de su mutismo
a viajar y a mezclarse con los hombres,
a indagar por los ojos que buscaba
y hasta hablar de sus sueños e ilusiones.
Y tus ramas, lograron, vieja encina,
el milagro de seda, con su roce,
despertando en el cuerpo tan dormido
el volcán con la lava y las pasiones.
¡Ay encina que oteas en la tarde
a las secas campiñas con alcores!,
sigue fiel al recuerdo de tu alma
mientras sientes el coro con las voces.
El pasado se vuelve un torbellino,
y se agitan también los corazones,
y un anciano llegado desde lejos
ahora vive a tu lado sus amores.
Es el joven que antaño te veía,
quien venía a tu tronco con las flores,
el que pronto y temblando te abrazaba
vigilando contigo el horizonte.
Tus raíces penetran en la tierra,
las calizas separas sin un corte,
y tu tronco y tu sabia tienen vida,
tienen alma con versos de colores.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/10
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