QUIZÁS ENTRE LOS PLIEGUES DEL VESTIDO...
Quizás entre los pliegues del vestido
encuentres los recortes de una carta,
mezclados con las hojas de una rosa,
diciéndote sus letras que te amaban.
Y puede que de pronto te despiertes
sintiendo aquel calor de la mañana,
un día en que te dieron la promesa
con tinta y con la rosa deseada.
Salieron a tus ojos unas perlas,
rodaron lentamente por tu cara,
y un beso que llegaba desde el cielo
contuvo los suspiros de tu alma.
Y ahora que revives el pasado
el frío te recorre las espaldas,
recuerdas aquel grito contenido
y cómo te quedaste sin palabras.
¡Ay tierno corazón!, ¿por qué dudaste?,
¿pòr qué no diste el paso que tú ansiabas?
¿por qué te confundieron tantas voces
y tantas sensaciones encontradas?
...No temas, no he venido a despertarte,
no soy esa conciencia que reclama,
soy sólo espectador de lo que veo,
y escribo con la pluma muy gastada.
Entiendo que los hombres no son dioses,
y sufren por amor en las batallas,
en lances y combates sin sentido
lanzando hacia los cielos sus plegarias.
Entiendo que los hombres se enamoran,
y buscan la figura tan ansiada,
que sientan a sus labios prisioneros,
producto de las fuerzas que les faltan.
Por eso se suceden estas cosas,
las dudas y temores que atenazan,
el miedo a que se burlen y rechacen
del bello sentimiento que desgranan.
Entonces se recurre a los cuadernos,
y escriben esas manos delicadas,
lo hacen a los tiernos corazones
dejando entre sus letras lo que claman.
Y llegan esas notas y las rosas
al fresco corazón que las aguarda,
entonces se comienza otro recuento
y el tiempo, lentamente, se les pasa.
"¡Ay tierno corazón!, ¿por qué dudaste?,
-recuerda aquel poeta que te canta-,
dudabas de la vida y de tus fuerzas,
dudabas del amor que te entregaban".
Mas todo está pasado en el presente,
las letras se quedaron marchitadas,
la rosa con sus pétalos tan lindos
hoy duerme entre los pliegues de tu falda.
Rafael Sánchez Ortega ©
31/01/10
encuentres los recortes de una carta,
mezclados con las hojas de una rosa,
diciéndote sus letras que te amaban.
Y puede que de pronto te despiertes
sintiendo aquel calor de la mañana,
un día en que te dieron la promesa
con tinta y con la rosa deseada.
Salieron a tus ojos unas perlas,
rodaron lentamente por tu cara,
y un beso que llegaba desde el cielo
contuvo los suspiros de tu alma.
Y ahora que revives el pasado
el frío te recorre las espaldas,
recuerdas aquel grito contenido
y cómo te quedaste sin palabras.
¡Ay tierno corazón!, ¿por qué dudaste?,
¿pòr qué no diste el paso que tú ansiabas?
¿por qué te confundieron tantas voces
y tantas sensaciones encontradas?
...No temas, no he venido a despertarte,
no soy esa conciencia que reclama,
soy sólo espectador de lo que veo,
y escribo con la pluma muy gastada.
Entiendo que los hombres no son dioses,
y sufren por amor en las batallas,
en lances y combates sin sentido
lanzando hacia los cielos sus plegarias.
Entiendo que los hombres se enamoran,
y buscan la figura tan ansiada,
que sientan a sus labios prisioneros,
producto de las fuerzas que les faltan.
Por eso se suceden estas cosas,
las dudas y temores que atenazan,
el miedo a que se burlen y rechacen
del bello sentimiento que desgranan.
Entonces se recurre a los cuadernos,
y escriben esas manos delicadas,
lo hacen a los tiernos corazones
dejando entre sus letras lo que claman.
Y llegan esas notas y las rosas
al fresco corazón que las aguarda,
entonces se comienza otro recuento
y el tiempo, lentamente, se les pasa.
"¡Ay tierno corazón!, ¿por qué dudaste?,
-recuerda aquel poeta que te canta-,
dudabas de la vida y de tus fuerzas,
dudabas del amor que te entregaban".
Mas todo está pasado en el presente,
las letras se quedaron marchitadas,
la rosa con sus pétalos tan lindos
hoy duerme entre los pliegues de tu falda.
Rafael Sánchez Ortega ©
31/01/10
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario