AGUANTABA SIN FUERZAS LA PELEA
Aguantaba paciente la pelea
a pesar de lo duro del combate,
mil heridas tenía en su costado,
con la fuga valiosa de su sangre.
Contemplé al guerrero que luchaba,
bajo el sol del ocaso y de la tarde,
su mirada se alzaba hacia los cielos,
a ese manto granate que ahora parte.
Y le vi murmurando en el silencio,
y sus labios rezaban incansables,
él quería dormir profundamente
en los brazos ardientes de su amante.
Descansar para siempre, si es preciso,
olvidarse de penas y saudades,
mientras sigue la lucha en el desierto,
sudoroso y con ganas de acostarse.
Una sombra se acerca en la distancia,
es viajera sin ropa ni equipaje,
sólo trae ese manto de la noche
ese hatillo de versos inmortales.
Y el guerro prosigue la batalla,
él no puede mentirse ni apagarse,
es la vela que marca los destinos,
la farola que alumbra por las calles.
Más también es el alma que suspira,
es el pecho que guarda lo que sabe,
el guardián de la llave de los cielos,
esperando la mano que lo llame.
Más sus ojos se cierran lentamente
a pesar de su lucha vacilante,
ya no tiene las fuerzas necesarias
y el destino le acosa con sus llaves.
Una llave con cintas de colores,
libertad cerradura que se abre,
y otra llave que tiene cuatro letras
y el amor la palabra que renace.
Aguantaba sin fuerzas la pelea
y unos brazos llegaban a ayudarle,
unos dedos vibrando entre las cuerdas
y un temblor que subía por su carne.
Era un beso de seda primoroso,
un latido con sangre renovable,
y el amor que llegaba con la brisa
conseguía al guerrero despertarle.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/03/10
a pesar de lo duro del combate,
mil heridas tenía en su costado,
con la fuga valiosa de su sangre.
Contemplé al guerrero que luchaba,
bajo el sol del ocaso y de la tarde,
su mirada se alzaba hacia los cielos,
a ese manto granate que ahora parte.
Y le vi murmurando en el silencio,
y sus labios rezaban incansables,
él quería dormir profundamente
en los brazos ardientes de su amante.
Descansar para siempre, si es preciso,
olvidarse de penas y saudades,
mientras sigue la lucha en el desierto,
sudoroso y con ganas de acostarse.
Una sombra se acerca en la distancia,
es viajera sin ropa ni equipaje,
sólo trae ese manto de la noche
ese hatillo de versos inmortales.
Y el guerro prosigue la batalla,
él no puede mentirse ni apagarse,
es la vela que marca los destinos,
la farola que alumbra por las calles.
Más también es el alma que suspira,
es el pecho que guarda lo que sabe,
el guardián de la llave de los cielos,
esperando la mano que lo llame.
Más sus ojos se cierran lentamente
a pesar de su lucha vacilante,
ya no tiene las fuerzas necesarias
y el destino le acosa con sus llaves.
Una llave con cintas de colores,
libertad cerradura que se abre,
y otra llave que tiene cuatro letras
y el amor la palabra que renace.
Aguantaba sin fuerzas la pelea
y unos brazos llegaban a ayudarle,
unos dedos vibrando entre las cuerdas
y un temblor que subía por su carne.
Era un beso de seda primoroso,
un latido con sangre renovable,
y el amor que llegaba con la brisa
conseguía al guerrero despertarle.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/03/10
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