TE VI Y ME ESTREMECÍ, EN AQUELLA TARDE...
Te vi y me estremecí, en aquella tarde,
llevabas un vestido muy plisado,
mirabas inclinada entre las sombras
buscando así, las teclas del piano.
Estaba abarrotado el auditorio
de amantes de la música y el canto,
personas que esperaban los acordes
que tú les ofrecieras con tus manos.
Miraste a la penumbra en un segundo
y luego te volviste hacia el teclado,
tus dedos arrancaron unas notas
preludios del inicio y el adagio.
Y todos nos quedamos en silencio
dejando el pensamiento en un letargo,
captando la ilusión y fantasía
surgida de tus dedos paso a paso.
Fue fácil apreciar tanta belleza
y luego suspirar en el descanso,
y fácil, también fue, el enamorarse
siguiendo los dictados de tus labios.
Tenías a la música tan dentro
que era para ti, como un regalo,
pulsar y deslizarse por las teclas
y tus dedos temblar en un remanso.
Entonces comprendí, tras el concierto,
que no eras una sombra del verano,
tampoco una princesa cazadora
buscando corazones despistados.
Llevabas al amor en tus latidos,
y dabas a los dedos el encargo
de verlo y proclamarlo en cada instante
que fuera para él, como un regalo.
Te vi y me enamoré, en aquella tarde,
del cuerpo y de los dedos reflejados,
aquellos que rompían la armonía,
el ritmo y la calma de los astros.
No puedo comprender de qué manera
los tiernos sentimientos culminaron,
más sé que en un momento nuestros besos
unieron sus destinos con un lazo.
Un lazo con la música de fondo
y en ella con tus dedos adorados,
forzando los agudos y los graves
del fondo tan sublime del piano.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/07/12
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