CUANDO AQUELLA TARDE...
Cuando aquella tarde nos separamos
no sabíamos que sería la última vez
que nos veríamos.
Había sido un encuentro maravilloso,
como si el tiempo se hubiera detenido,
durante unas horas, para nosotros.
Habíamos logrado hacer realidad
tantos sueños acumulados
que hasta las palabras quedaron enmudecidas
en los labios,
dejando que los besos y caricias
sustituyeran a la ternura
que intentamos transmitir en aquel acto.
Recuerdo que vimos la luna y las estrellas,
que incluso las sonreímos y las hablamos
para luego besarnos bajo ellas
y hacerlas testigos de aquel sentimiento
que creíamos nos embargaba.
Pero estábamos equivocados,
y quizás los dos lo sabíamos,
no queriendo ver la realidad
y preferiendo seguir en el mundo de los sueños
y la utopía.
Por eso dejamos que nuestros ojos hablaran
y se dijeran tantas cosas bonitas,
incluso que se mintieran,
por que sí,
ambos nos mentimos en aquel momento
y ambos aceptamos aquella mentira
como algo inherente o como una cadena
que no queríamos romper
ya que nos conduciría a un futuro impensable.
Pero el tren aguardaba porque ya era la hora.
Tiraste el cigarro y nos abrazamos.
Fue un abrazo tierno y sincero,
con un beso profundo,
y hasta con unas lágrimas en los ojos
que inútilmente trataban de hablar y decir
todo aquello que nuestros labios, temblorosos,
intentaban ocultar.
"Te quiero", se dijeron las pupilas, las tuyas
y las mías,
y luego los dedos entrelazados,
nuestros dedos,
tuvieron que separarse en aquel adiós
que, sin saberlo,
sería para siempre.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/11/17
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