LA NOCHE...
La noche se presentaba larga y escurridiza
y más tras la siesta y el descanso
que la había precedido.
Tú dormías a mi lado en un sueño profundo,
aunque de vez en cuando te movías inquieta
y pronunciabas palabras sin sentido
y producto del sueño.
Te miraba y escribía.
Buscaba las estrellas que brillan a lo lejos,
más allá de una luna de plata,
silenciosa,
que asomaba su cara entre las nubes oscuras.
Había en el ambiente como una música imperceptible
que bajaba del cielo y parecía querer
acariciarnos con sus notas.
Pensaba en ti mientras escribía y te miraba.
Pensaba en aquel día en que te vi llorando
y con unas lágrimas bajando
por tus mejillas.
Recordaba ese instante en que te pregunté
por el motivo
y tú me respondiste con un beso
para cerrar mis labios a las preguntas...
Beso agridulce con lágrimas saladas
y con la tristeza anidando en mi alma
inocente.
Pero la noche acababa de comenzar
y aún quedaban muchas horas.
Horas en que las letras nerviosas
saldrían al cuaderno a protestar,
a gritar a decir, en su escritura,
lo que los labios se negaban
a decir.
Horas en que los versos se formarían,
sin darse cuenta,
perfilando un poema cruel y sincero.
Horas largas e interminables,
horas en que escucharíamos el latido
de los corazones
en esa partida irremediable por el tiempo
que conduce
al alba.
Atrás quedaría el beso y las lágrimas,
la tristeza y los sueños.
Atrás quedaríamos nosotros,
con aquella ilusión y tantos proyectos
que el destino no quiso
llevar a buen puerto.
Recuerdo que vimos las luces llegar,
que recogimos las maletas
y nos subimos al tren,
en vagones diferentes
y en una estación equivocada,
mientras la noche marchaba lejos
con su manto negro de tristeza.
Rafael Sánchez Ortega ©
17/11/17
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