EN LA MESA...



En la mesa me espera
el café de cada tarde
y tu recuerdo.

Porque aquella tarde
fue una tarde diferente
que llegó tras el paseo
que dimos en la montaña.

Nos sentamos en la cafetería 
y nos miramos;
se buscaron nuestras manos
en silencio
y dejamos que brotaran
las palabras de los labios.

Tú me hablaste de tu vida,
del trabajo, de la familia 
y de aquellos mil detalles
que intuía y me fueron acercando,
de una forma más precisa,
a tu figura.

Yo te hablé de mis proyectos,
de mi vida personal,
de mis sueños inmediatos e irreales,
de los otros que vivía cada día
en el trabajo,
y también de ese poema que me oíste
recitar en una tarde
y que llamó tu atención
produndamente.

Me preguntaste por el mar
que ¿cómo era?, 
si tenían sus praderas horizontes
y si había los veleros y las olas
que decía y que salían en mis versos.

Tú me viste sonreír y enmudeciste.
Diste un sorbo a tu café
que te esperaba, muy templado,
y con él a mi respuesta.

Yo te hablé de aquella Mar que conocía,
del abrazo irreverente de sus olas,
de las miles de caricias que dejaban
por la arena de la playa 
extendiendo su melena,
de los besos incontables que ofrecía
a cada instante,
del susurro y los acordes que mandaban
las resacas,
de sus ojos de turquesa que embobaban
los sentidos,
del suspiro inacabado de su boca
tan salada,
de los brazos extendidos que ofrecía
con la brisa,
de la fuerte marejada que dejaba
la galerna con su ira
y quería secuestrar a mis poemas...

Yo te dije todo esto en un instante
y hasta viste deslizarse, de mis ojos,
unas gotas de rocío inmaculadas.

Tomé un sorbo de mi taza de café
ignorando un sobresalto en las pupilas.

Sentí tu mano acercándose a la mía,
noté tus ojos penetrando en mi alma
y diciéndome que no siguiera,
que no te hablara del mar,
ni de ese Mar, 
que, con tanta asiduidad y frecuencia,
plasmaba entre mis versos 
y llegaban al cuaderno.

Seguimos tomando los cafés,
los apuramos muy despacio, 
y dejamos las tazas vacías
sobre la mesa.
El sol se despedía en la tarde
y su manto amarillo se extendía
por el cielo.
En aquella cafetería estábamos nosotros,
con las manos unidas 
y los dedos acariciándose,
olvidando, por un momento,
al mar y a la Mar
que nos había unido, en un poema,
y que dentro de unas horas
nos haría volver, cada uno,
a nuestra realidad,
haciéndonos pensar
"si aquella tarde no habría sido,
también, un sueño"

Rafael Sánchez Ortega ©
16/11/17

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