DEJASTES UN OLOR INCONFUNDIBLE
Dejastes un olor inconfundible
mezclado entre los pliegues del recuerdo
tu piel tenía aromas de lavanda
que hacía que temblaran mis deseos.
No pude resistirme a la fragancia
mezclada entre el tomillo y el espliego,
tu cuerpo cobró vida simplemente,
y pronto nos tendimos en el suelo.
Gozamos como gozan los amantes,
y amamos como jóvenes sinceros,
mis manos recorriendo tu cintura
las tuyas paso a paso por mi pecho.
Tus ojos me mostraban la mirada,
llegada hasta los míos con un beso,
dos perlas en tus ojos florecían,
cual pétalos de rosa, soñolientos.
Tu pecho se agitaba tembloroso,
al roce muy tranquilo de mis dedos,
los labios musitaban mil palabras,
pequeñas sensaciones y jadeos.
Tus piernas con mis piernas se cruzaban
jugando en ese bosque tan secreto,
la lava del volcán, enfebrecida,
dejaba sus sudores en el lecho.
Entonces recordé que los gladiolos,
crecían junto al lirio y el romero,
allí donde la rosa vigilaba,
muy cerca del ciprés tan soñoliento.
Entonces sonreí, sin darme cuenta,
mi risa contagió tus labios frescos,
unimos nuestras risas y miradas
y pronto nos dormimos junto al fresno.
Dejastes un olor inconfundible,
el mismo que no olvido, mientras pienso;
tu cara se presenta ante mis ojos,
lo mismo que tus manos y tu cuerpo.
Momentos del pasado que reviven,
instantes que se funden con el eco,
dejando sensaciones de aquel acto
que viven con nosotros en los sueños.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/01/10
mezclado entre los pliegues del recuerdo
tu piel tenía aromas de lavanda
que hacía que temblaran mis deseos.
No pude resistirme a la fragancia
mezclada entre el tomillo y el espliego,
tu cuerpo cobró vida simplemente,
y pronto nos tendimos en el suelo.
Gozamos como gozan los amantes,
y amamos como jóvenes sinceros,
mis manos recorriendo tu cintura
las tuyas paso a paso por mi pecho.
Tus ojos me mostraban la mirada,
llegada hasta los míos con un beso,
dos perlas en tus ojos florecían,
cual pétalos de rosa, soñolientos.
Tu pecho se agitaba tembloroso,
al roce muy tranquilo de mis dedos,
los labios musitaban mil palabras,
pequeñas sensaciones y jadeos.
Tus piernas con mis piernas se cruzaban
jugando en ese bosque tan secreto,
la lava del volcán, enfebrecida,
dejaba sus sudores en el lecho.
Entonces recordé que los gladiolos,
crecían junto al lirio y el romero,
allí donde la rosa vigilaba,
muy cerca del ciprés tan soñoliento.
Entonces sonreí, sin darme cuenta,
mi risa contagió tus labios frescos,
unimos nuestras risas y miradas
y pronto nos dormimos junto al fresno.
Dejastes un olor inconfundible,
el mismo que no olvido, mientras pienso;
tu cara se presenta ante mis ojos,
lo mismo que tus manos y tu cuerpo.
Momentos del pasado que reviven,
instantes que se funden con el eco,
dejando sensaciones de aquel acto
que viven con nosotros en los sueños.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/01/10
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