DÍA DE MARCHA...
El día era veraniego y caluroso,
diría que muy caluroso y sofocante.
El aire brillaba por su ausencia
y el calor se acumulaba
a medida que avanzaba la mañana.
Yo tenía que avanzar por el camino,
subir las cuestas que llevaban a la ermita,
sortear los escobales y los brezos,
luchar contra sus ramas inclementes y buscar,
cuando podía,
la sombra generosa que ofrecían los arbustos.
En un momento dado me dije que no podía más,
que era inútil proseguir,
que nada se me había perdido en esta marcha
y que lo mejor era recuperarme y retroceder
por donde había venido y así lo hice.
Me senté al borde del camino, en una cuneta,
al abrigo de una sombra,
y tras refrescar mi cabeza con el agua
de un arroyo
allí estuve un largo rato
mientras los compañeros proseguían su marcha
y les veía alejarse en aquella larga
e interminable cuesta
que recibía los rayos del sol
en el suplicio de la mañana.
Al cabo de un rato me encontré mejor
y miré varias veces hacia arriba,
para ver las figuras de los compañeros
que cada vez se alejaban más de donde yo estaba.
Al final una voz resonó en mi interior,
una voz que me decía que por qué me iba a quedar
y tirar la toalla tan pronto,
que podía intentar subir un poco más,
por lo menos hasta el cruce,
allí había sombra y podía nuevamente descansar.
Sin meditarlo bien me incorporé
y tomando la mochila reanudé el camino polvoriento
y recibí los rayos inclementes de los cielos.
Mi paso ahora era más lento,
trataba de no cansar mis piernas
ni tampoco forzar mis pulmones
ya que el aire que respiraba era tan caliente
que ahogaba los pulmones.
Me paré varias veces en la subida
buscando la sombra de los árboles y arbustos,
me paré también para refrescar mi cabeza
y mojar el sombrero y el pañuelo con que me cubría,
me paré para buscar ese soplo de aire fresco
que no había,
me paré para buscarte a ti,
en la inmensidad de aquel cielo azul
que se extendía ante mi vista.
...Y tras luchar intensamente contra todo
y contra las condiciones del día,
y también tras luchar contra mi desgana
para seguir avanzando,
llegué a la última collada,
la que daba vista y referencia
a la Ermita de la Luz.
Como pude llegué hasta ella
y en uno de sus laterales busqué la fresca sombra
y me tumbé en la yerba,
cerré los ojos y te abracé en mis sueños...
Rafael Sánchez Ortega ©
27/06/11
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