HE VUELTO LA VISTA HACIA MIS LIBROS...
He vuelto la vista hacia mis libros
y quisiera quemarlos en la hoguera.
¿De qué me sirven sus palabras y consejos?
¿Para qué tantas corrientes filosóficas
y humanas?
¿Por qué esos renglones de esperanza
llamando a la concordia y a los sueños?
¿Por qué leer continuamente que el amor
está y existe, cuando es algo que se palpa
simplemente,
que se vive y no se lee en los cuadernos
y los libros?...
Yo sé que en esas páginas está la esencia
de otros hombres,
la eterna búsqueda de amor y de ideales,
la dulce fantasía de los niños,
el rezo y la oración de los creyentes,
y también allí, se encuentra, ese latido
sin nombre y corazón que llama
a nuestra puerta cada día.
Leer de amor es algo duro ahora,
y más cuando está fresca la partida,
la lágrima reseca en la mejilla,
la vista que se pierde en la distancia
los labios que suspiran y que buscan
ese beso por las noches,
las manos con sus dedos tan inquietos
que se estiran por el lecho
encontrando el silencio por respuesta.
...Y veo los libros alineados en la
estantería rebosante,
y otros en la mesa del salón pidiendo
a gritos que los mire y que los lea,
que los salve del olvido
y que vea su mensaje.
Pero no quiero tomarlos en mis manos;
prefiero la caricia irreverente
de los astros en la noche,
y también la soledad con el temblor
de las estrellas,
prefiero que mis ojos hablen solos
y busquen más allá,
en ese espacio tan inmenso,
la verdad a tantas dudas y preguntas
sin respuesta.
...Libros y cuadernos seguid en
vuestra espera.
Yo quiero arrancarme las cadenas
que me atan a sus letras.
Quiero vivir la vida,
sentir la sensación, para mi nueva,
del beso de la brisa,
del beso de las aguas de los mares,
del beso de la lluvia,
del beso de la luna y las estrellas,
del beso de la noche,
del beso que susurran los arcángeles...
Y quiero enamorarme de la vida,
sin libros y sin letras,
amar a las personas y a las aves,
sentir el dulce canto de las fuentes
y los ríos,
buscar entre la niebla los pasos
que me lleven hasta ti,
¡oh ser amado!,
y quiero descansar en ese lecho,
con nuestras manos juntas,
con nuestras miradas perdidas y
hablándonos sin pausa,
en medio de susurros y suspiros,
en medio de una música sin nombre.
...Y cuando el fuego de los libros
se acabe,
cuando la hoguera se duerma,
cuando la llama se apague,
entonces yo quedaré dormido para siempre,
entre sus brasas y la nada,
perdido entre mis sueños y mis versos,
por mucho que me duela tu ausencia y
tu vacío,
y por mucho que me falte tu palabra...
Porque al final,
a pesar de los libros y tu ausencia,
siempre me quedará la huella de tus pasos
latiendo en mi recuerdo.
Y allí estarás, amor, aunque me duela el alma,
aunque me griten los sentidos,
aunque me falte tu presencia.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/06/11
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