EL BAILE DE LAS ESTRELLAS.
Las estrellas se bañaban en el agua,
en la noche silenciosa, mientras tú
las contemplabas.
Eran miles de puntitos titilando
por los cielos.
Parecían mariposas saludando
en la distancia.
Tú las viste y sonreíste en tu silencio,
aunque hubieras deseado saludarlas,
ofrecerles tu cariño y ese abrazo
que guardabas para ellas.
Pero en cambio fue el silencio tu respuesta,
sin susurros,
sin sonrisas ni palabras.
Pero aquello no bastaba ni te era suficiente.
Estabas en la noche, en su jardín,
en esa hora mágica en que bajan a la tierra
los recuerdos y las rosas,
las petunias y los lirios del pasado
y se juntan con geranios y azaleas,
en una mezcla inconfundible de ternura.
Y así fue como ofreciste a ese cielo,
salpicado de estrellitas,
tu flor de luna llena.
Aquella margarita floreciente que guardabas
en tu pecho,
y con ella la sonrisa de tus labios,
la ternura de tu alma
y las llaves de tu casa
y de tu pecho.
No querías separarte de aquel cuadro,
ni tampoco que llevaran las estrellas
mal recuerdo de tus mares.
...Y entregaste el corazón sin nada a cambio,
sin acuse de recibo de su parte,
sin tener aquel abrazo y la palabra
que pedías,
sin el baile prometido entre las olas,
sin un beso tan siquiera de sus labios.
Mientras tanto las estrellas, juguetonas,
proseguían con su baño por los mares,
con su eterno coqueteo de mirar y remirar
a las siluetas del espejo reflejando su figura
por las aguas, y absorviendo el suave néctar
de las algas y el salitre.
...Una lágrima sincera resbaló por tus mejillas,
una perla desprendida de tus ojos,
un suspiro de tu alma de poeta
que gritaba en esa noche y que pedía
y suplicaba ese abrazo y el cariño
de los cielos
y aquel baile, que en silencio,
le ofrecieron las estrellas, hace tiempo
y hace años,
siendo niño,
en un sueño y sin palabras...
Rafael Sánchez Ortega ©
14/06/11
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