PUDE CERRAR LA PUERTA DE MI CUARTO...
Pude cerrar la puerta de mi cuarto
y también, en la alcoba, mi ventana
y hasta perder mis pasos en la niebla
y fundirme en la bruma tan extraña...
Pero volví la vista hasta tus ojos,
a esas pupilas lindas que me hablaban,
a los pequeños versos que fluían
y dejaban las letras de tu alma;
y me encontré de pronto entre la risa
y el bullicio,
en esa transición de fuego y agua
donde el clamor enorme de la vida
hacía que temblaran mis pestañas.
¡Estabas tan preciosa en el silencio
que contagió a mis labios tu mirada,
quizás la que evocaba vagamente
y tú me transmitías sin palabras.
Rozaste nuevamente mi costado,
llenaste con tus besos mi esperanza,
hiciste que volaran los cometas...
¡que de nuevo mis labios te besaran!
...No sé cuanto duró aquel momento,
ni sé cuándo secaste tantas lágrimas;
quedé adormilado entre tus brazos
y tú, con tu carita sonrojada,
me hablabas sin parar, constantemente;
¡me hablabas y decías que me amabas!
Y yo me lo creí querida niña,
y así te comprendí sin pedir nada...
¡Tenías tantas cosas que contarme
que ansiaba tu candor en la distancia.!
Tu voz tan juvenil y seductora,
decía con amor lo que soñabas
y yo me estremecía entre tus brazos
amando y compartiendo tu mirada.
Rafael Sánchez Ortega ©
24/09/14
y también, en la alcoba, mi ventana
y hasta perder mis pasos en la niebla
y fundirme en la bruma tan extraña...
Pero volví la vista hasta tus ojos,
a esas pupilas lindas que me hablaban,
a los pequeños versos que fluían
y dejaban las letras de tu alma;
y me encontré de pronto entre la risa
y el bullicio,
en esa transición de fuego y agua
donde el clamor enorme de la vida
hacía que temblaran mis pestañas.
¡Estabas tan preciosa en el silencio
que contagió a mis labios tu mirada,
quizás la que evocaba vagamente
y tú me transmitías sin palabras.
Rozaste nuevamente mi costado,
llenaste con tus besos mi esperanza,
hiciste que volaran los cometas...
¡que de nuevo mis labios te besaran!
...No sé cuanto duró aquel momento,
ni sé cuándo secaste tantas lágrimas;
quedé adormilado entre tus brazos
y tú, con tu carita sonrojada,
me hablabas sin parar, constantemente;
¡me hablabas y decías que me amabas!
Y yo me lo creí querida niña,
y así te comprendí sin pedir nada...
¡Tenías tantas cosas que contarme
que ansiaba tu candor en la distancia.!
Tu voz tan juvenil y seductora,
decía con amor lo que soñabas
y yo me estremecía entre tus brazos
amando y compartiendo tu mirada.
Rafael Sánchez Ortega ©
24/09/14
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