ME GUSTARÍA...
Me gustaría hablarte,
charlar contigo,
compartir unos minutos
y saber de ti.
Es curioso que piense esto ahora,
pero al verte, nuevamente,
al escuchar tu voz en un poema,
al leer las letras,
que dejaste en el cuaderno,
algo aceleró los latidos
de mi pecho
y la sangre ha corrido, impetuosa,
por mis venas,
como lava descendiendo
de un volcán.
Recuerdo, de aquel tiempo,
tu mirada de niña,
la sonrisa triste pero sincera,
aquella voz temblorosa y especial
que decía tantas cosas en su tono.
Recuerdo tu presencia invisible,
el cariño que emanaba tu figura,
la sensibilidad con que pronunciabas
mi nombre en aquel apelativo
que ambos conocemos.
Recuerdo que te amé como la niña
que eras,
y también en la mujer que salía de la infancia
y daba sus primeros pasos
en un nuevo mundo,
alejado de la poesía y dentro de ella,
donde el amor y la mentira estaban presentes,
donde la duda y los sueños apenas tenían cabida
porque había que vivir con los pies en el suelo
y donde los sentimientos eran una utopía
cegados por la pasión y la velocidad del tiempo
que pasaba a nuestro lado,
sin dejarnos respirar.
Recuerdo que creí que me amabas
y que fui inmensamente feliz
durante unos días,
pero luego todo cambió
y la tormenta cegó mis ojos
y también mi corazón
haciéndome ver personajes de ficción
donde solo había molinos de viento.
Recuerdo que te perdí y que lloré,
que supliqué como un niño
en aquella infancia lejana,
porque había perdido algo más que el amor
ya que la magia que emanaba de tu persona
no podía conseguirla en ninguna otra parte.
Y recuerdo que te seguí amando en silencio,
sin palabras,
mirando tu caminar en la distancia,
sabiendo de tu vida por tus letras,
escuchando tu voz
y soñando que aquellos versos
eran para mí,
aunque bien sabía que eran para otros.
Recuerdo aquel pasado y no me arrepiento
de amarte, pero sí de ser idiota
y no tener el valor suficiente
para enfrentarme a la verdad,
para hablar de frente,
para preguntar,
para aclarar malentendidos
y para retener los latidos de tu corazón;
pero la vida es así
y no sirve el consolarse
pensando lo contrario.
Hoy te he visto, como tantas veces,
de aquel entonces,
y pensé en ti,
en que me gustaría hablarte,
charlar contigo,
preguntarte por tu vida,
compartir unos minutos,
tomar un café, como aquellas tardes,
en que lo hacíamos de una manera virtual,
pero sincera,
y luego, tras las sonrisas,
continuar nuestro camino
hasta otro momento,
hasta otro instante,
hasta cuando quieras,
o hasta siempre.
Rafael Sánchez Ortega ©
28/11/17
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