HAY UN BARCO QUE CRUZA EL HORIZONTE
Hay un barco que cruza el horizonte,
un navío curtido por las olas,
que navega en la tarde hacia poniente
a buscar un resquicio de la costa.
Una costa con puerto y con taberna,
donde pueda arreglar velas y lonas,
y limpiar ese casco de las algas,
ese musgo en amuras que desborda.
Se precisa que miren bien su quilla,
calafates de oficio con garlopa,
y que junten con brea sus heridas
al compás de una música sin nota.
Suenan ya los martillos en el carro,
hay maderas y tablas que están flojas,
se reparan las mismas con esmero
y se unen sus juntas con estopa.
Mientras tanto el patrón de ese navío,
el que lleva el timón hora tras hora,
está absorto y sentado en una orilla,
contemplando ese tiempo que se acorta.
Ya desea volver hacia los mares,
a las olas un tanto caprichosas,
a luchar entre cañas y aparejos
por lograr esa pesca encantadora.
Él bien sabe que el mar es su destino,
donde puede cubrirse con la gloria,
y también que es la eterna interrogante,
de ese viaje sin rumbo y sin escora.
Que terminen los rudos carpinteros
y le entreguen la nave tan hermosa,
ese barco tan lleno de misterios
y que lleva en cubierta tanta historia.
Hay suspiros robados a sirenas,
hay miradas de estrellas en su proa,
hay latidos nacidos con el viento
y los besos mandados de una boca.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/06/10
un navío curtido por las olas,
que navega en la tarde hacia poniente
a buscar un resquicio de la costa.
Una costa con puerto y con taberna,
donde pueda arreglar velas y lonas,
y limpiar ese casco de las algas,
ese musgo en amuras que desborda.
Se precisa que miren bien su quilla,
calafates de oficio con garlopa,
y que junten con brea sus heridas
al compás de una música sin nota.
Suenan ya los martillos en el carro,
hay maderas y tablas que están flojas,
se reparan las mismas con esmero
y se unen sus juntas con estopa.
Mientras tanto el patrón de ese navío,
el que lleva el timón hora tras hora,
está absorto y sentado en una orilla,
contemplando ese tiempo que se acorta.
Ya desea volver hacia los mares,
a las olas un tanto caprichosas,
a luchar entre cañas y aparejos
por lograr esa pesca encantadora.
Él bien sabe que el mar es su destino,
donde puede cubrirse con la gloria,
y también que es la eterna interrogante,
de ese viaje sin rumbo y sin escora.
Que terminen los rudos carpinteros
y le entreguen la nave tan hermosa,
ese barco tan lleno de misterios
y que lleva en cubierta tanta historia.
Hay suspiros robados a sirenas,
hay miradas de estrellas en su proa,
hay latidos nacidos con el viento
y los besos mandados de una boca.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/06/10
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