AQUELLOS OJOS TRISTES
(Recordando a la Morita)
Aquellos ojos tristes
con pena me miraban,
miraban a mis ojos,
miraban a mis lágrimas.
No sé que me decían,
ni sé que suplicaban,
mas sé que sus pupilas
llegaban a mi alma.
Un grito silencioso,
sin voces ni palabras,
maullido simplemente
dejaba en su mirada.
Mis dedos a su frente
con pena acariciaban,
quería darle vida,
y fuerzas a sus patas.
Quería que mi sangre
con ella se mezclara,
quería simplemente
los ratos que me daba.
Aquellos ronroneos,
el lomo que rozaba,
buscando la caricia,
y el pienso con el agua.
No sé que sensaciones
sentía yo al mirarla,
pues tanto la quería
por ser ya de mi casa.
Vivía con nosotros,
dormía en nuestra cama,
trepaba muy curiosa
por muebles y ventanas.
A todas las visitas
sin miedo se acercaba,
buscaba su regazo,
rodillas y sus nalgas.
Allí dormía un rato
en medio de las charlas,
y luego muy coqueta
prudente protestaba.
Quería mil caricias,
cerraba sus pestañas,
sentada cual princesa,
esfinge sin sus alas.
...Y ahora, aquí a mi lado,
sus ojos de agua clara,
pedían las caricias
y fuerzas que faltaban.
Pedían esa brisa
que sopla en la mañana,
pedían simplemente
cariño y confianza.
Y yo oculté mi rostro,
tratando de calmarla,
no quise que me viera
llorar junto a su cara.
No quiero que ya sufras
y duermas hasta el alba,
allí, junto a las nubes,
Morita tan preciada.
Morita juguetona,
coqueta y casquivana,
orgullo de mis días,
princesa solitaria.
Rafael Sánchez Ortega ©
25/07/10
Aquellos ojos tristes
con pena me miraban,
miraban a mis ojos,
miraban a mis lágrimas.
No sé que me decían,
ni sé que suplicaban,
mas sé que sus pupilas
llegaban a mi alma.
Un grito silencioso,
sin voces ni palabras,
maullido simplemente
dejaba en su mirada.
Mis dedos a su frente
con pena acariciaban,
quería darle vida,
y fuerzas a sus patas.
Quería que mi sangre
con ella se mezclara,
quería simplemente
los ratos que me daba.
Aquellos ronroneos,
el lomo que rozaba,
buscando la caricia,
y el pienso con el agua.
No sé que sensaciones
sentía yo al mirarla,
pues tanto la quería
por ser ya de mi casa.
Vivía con nosotros,
dormía en nuestra cama,
trepaba muy curiosa
por muebles y ventanas.
A todas las visitas
sin miedo se acercaba,
buscaba su regazo,
rodillas y sus nalgas.
Allí dormía un rato
en medio de las charlas,
y luego muy coqueta
prudente protestaba.
Quería mil caricias,
cerraba sus pestañas,
sentada cual princesa,
esfinge sin sus alas.
...Y ahora, aquí a mi lado,
sus ojos de agua clara,
pedían las caricias
y fuerzas que faltaban.
Pedían esa brisa
que sopla en la mañana,
pedían simplemente
cariño y confianza.
Y yo oculté mi rostro,
tratando de calmarla,
no quise que me viera
llorar junto a su cara.
No quiero que ya sufras
y duermas hasta el alba,
allí, junto a las nubes,
Morita tan preciada.
Morita juguetona,
coqueta y casquivana,
orgullo de mis días,
princesa solitaria.
Rafael Sánchez Ortega ©
25/07/10
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