MÁS INVIERNO.
Ponerse ante el teclado es sencillo
aunque luego,
cuando los dedos tienen que empezar a transmitir
ese lenguaje silencioso,
se rompe la inmaculada percepción de la vida
y se empieza a vivir realmente.
Quizás en esas letras amontonadas,
polvorientas y secanas,
se junten los deseos,
la pasión incontrolada,
las dudas y las sombras que anidaron en el alma,
la risa que quisiste y deseaste de unos labios,
el grito y el suspiro irreverente de aquel acto
en que volvías de los sueños.
La infancia quedó atrás, y tú lo sabes.
Quedaron los cometas bien guardados
en el cuarto de los trastos,
quedaron archivadas en los álbunes de cuero
las hermosas mariposas de colores,
quedaron los susurros retenidos en las vigas
sin salir a la ventana de la boca,
quedaron tantos sueños en suspenso
que ahora mismo tú serías incapaz de recitarlos
uno a uno...
Pero sin embargo los desgranas y los sacas,
los rescatas del silencio y el olvido
poco a poco,
los conviertes y transformas en los sueños
de ahora mismo
y hasta sueñas con princesas de otro tiempo
y con hadas y sirenas
y hasta ves a la gitana de los cuentos
en la sombra solitaria de aquel roble centenario.
Es invierno y tú lo sabes.
Es el tiempo en que enmudecen las palabras
y las aguas se retiran y congelan
y se vuelven más furiosas en las costas y en las playas
y es también, en este tiempo, cuando el cuerpo
se estremece y tiene miedo,
cuando busca la caricia y no la encuentra,
cuando quiere una mirada que le hable,
que le diga sin palabras todo aquello
que precisa y necesita.
Es invierno, yo me digo, mientras sigo
tras mis dedos que transmiten lo que siento,
aunque oculten en el alma la palabra tan sagrada,
la que llega hasta mis labios y no sale,
la que brota de mi pecho sin pedirlo,
la que escribe tantas veces mi bolígrafo,
la que digo y me repito
mientras pienso en tu figura
y en que vengas a mi lado
y me ofrezcas tu sonrisa.
Es invierno...
Rafael Sánchez Ortega ©
13/01/12
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