YO QUIERO QUE SE ROMPA EL CORAZÓN...
Yo quiero que se rompa el corazón
en mil pedazos
y quiebren los cristales de las almas
sus reflejos.
Es fácil que me tachen de cobarde,
que piensen que estoy loco ya de todo
que sigo los dictados invisibles
de un mal que me atormenta
y me desangra.
Si acaso son delirios de la fiebre
de un alma que se encoge y se desinfla,
del miedo que me aterra cada día,
del hambre y de la sed que estoy pasando.
Se rompe la ilusión por muchas cosas
y a veces ni sabemos los motivos.
Se encoge el corazón y tiembla el cuerpo
y andamos y vivimos sin pensarlo.
Es culpa del amor, dirán algunos.
Es algo que producen las mareas.
El sol y la humedad también influyen
y es algo que atenaza en su desorden.
Lo malo es el estado que presenta
el ánimo y humor de quien escribe,
del hombre que se esconde tras
las letras,
del niño que persigue mariposas
y cometas,
del simple espectador que esto recoge
y siente que ha perdido la batalla.
Abundan los cobardes por el mundo
vestidos de charol y de payasos.
Lo hacen sin saber que esos vestidos
son dignos y precisos en algunos,
que arrancan seriedad de algunas caras
y llevan la sonrisa para otras
Se ponen el disfraz y la careta
tratando de pasar inadvertidos.
Les falta el corazón, y ese valor,
para ir hasta el espejo de su alma
y allí analizar serenamente
las causas y motivos de su miedo,
la falta de ilusión de sus latidos,
la ausencia y el dolor que el alma tiene
por culpa de un amor quizás marchito.
Es fácil que no quiera la respuesta,
que huya como huyen los cobardes,
que piense que la culpa es de los otros,
que él hace lo que siente y lo que sueña,
que sigue los dictados de su alma,
y anhela lo mejor para su amada.
Pero es que el corazón está muy roto,
cosido y remendado en mil pedazos,
a punto de exhalar aquel suspiro
ya apague para siempre sus latidos.
Entonces la razón lucha, en la sombra,
la vida le parece una utopía,
los sueños y el amor algo distante
y ajeno a los cristales de las alma.
Y llora el corazón en su agonía,
y el hombre se suicida, sin saberlo,
arrastra la inocencia, de aquel niño,
que un día paseó con los cometas en la playa
en busca de los versos de la vida
y el lazo de un poema extraordinario.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/06/14
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