ES EL HOMBRE...
Es el hombre que mira el horizonte
pensativo y silencioso.
Es un niño reflejado en la inocencia
de sus ojos y el pasado.
Aparecen, con descaro, unas lágrimas furtivas
que recorren sus mejillas
como perlas desprendidas y robadas por la brisa
a las sirenas.
En su cara unos labios, temblorosos
y agrietados por los años, y el nordeste,
tienen frío.
A lo lejos se levantan las estrellas en el cielo
por encima de las nubes y las sombras
anunciando que la noche está llegando.
Un cuaderno y un diario van copiando
las palabras invisibles de la vida
y los pasos de los hombres,
y del hombre pensativo
que contempla el horizonte.
Hay dos versos que florecen,
de un poema inacabado, y que son
como dos olas que se acercan y se alejan
a la playa de la vida
al compás de las resacas.
Son las letras y palabras
que salieron de unos dedos
y unas manos impulsadas por la sangre
de este hombre silencioso
que ahora busca en lontananza
la respuesta que precisa.
Son los sueños compartidos
y soñados,
las preciosas margaritas contempladas
y los ratos de silencio, inolvidables,
con retazos de suspiros y caricias
recibidos de la vida, en su respuesta.
...Y después de un largo rato de aspirar,
en el ocaso de la tarde, el salitre de la vida,
nuestro hombre con el niño, de la mano,
se despiertan del letargo
y se vuelven para casa
con preguntas que los cielos
no responden.
Sin embargo, la respuesta de aquel acto
es bien sencilla:
aquel hombre solitario con el niño enfebrecido
y los ojos relucientes por la infancia
y las preguntas,
que caminan de su mano,
era yo, protagonista y relator,
de todo esto,
y, a la vez, quien contemplaba
y rescataba, del pasado, estas escenas,
convirtiéndose en testigo de una vida
que llegaba hasta su lado,
y de otra vida que embriagaba sus sentidos,
y arrancaba muchas lágrimas traidoras de dolor
en sus mejillas,
como así, de aquella flor,
que, algunas veces, se asomaba entre sus labios
dibujando una sonrisa.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/07/17
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