REMINISCENCIAS XIV



XIV

El frío de la noche regresa
hasta mi lado con sus besos
tratando de arroparme en un abrazo.
Los labios tan helados contienen
ese sello inconfundible de la muerte.
No sé por qué recuerdo aquel instante,
ni sé por qué retornan los recuerdos
que hicieron que la piel se me erizara
y un tibio escalofrío se extendiera
por las venas.

Es fácil que me vea en esta noche
tratando de engañar a los demonios,
al alma de cristal enamorada
que, ilusa, confiaba conquistar
a las estrellas.

Es fácil que me vea con la luna
bailando sobre el mar un pasodoble,
un vals, una ranchera sin sentido,
un tango, sin igual y mil boleros.
Lo malo es que mis pasos era torpes,
y fueron vacilantes, en el tiempo
ya pasado.
No supe yo bailar como otras gentes,
ni supe deslizarme por la pista
llevando entre mis brazos la figura
tan amada.
No supe suplicar a nuestra luna
que fuera la maestra de mis pasos,
la guía de ese ritmo musical,
y angelical, de tantas noches,
la amiga y la maestra silenciosa
que hiciera que tomara confianza
en mi persona.

Por eso me refugio en los recuerdos
y el frío de la noche,
que vuelve hasta mi lado,
y busco, en su regazo,
el abrazo que me ofrece.
Quisiera ser valiente y regresar
hasta el pasado,
volar hacia la luna, cual cometa,
bailar con su reflejo entre las aguas,
soñar con su sonrisa encantadora
y amar como he sentido que la amaba.

Más siento que la lengua me vacila.
Me falta voluntad y decisión
para romper tantas cadenas
y quedo solitario, en el rincón de los cobardes,
tratando de encontrar una esperanza.
Me miro y me remiro en el espejo
y veo una figura que conozco,
un hombre con la cara envejecida,
con su lengua de cartón,
quizás de trapo,
llamando y susurrando, entre las sombras,
a la figura sugerente de la luna
que asoma entre las nubes.

La noche tan cruel, por fin regresa,
y el frío me atenaza los sentidos.

Rafael Sánchez Ortega ©
Sierrallana, 07/05/14

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