DECIR ADIÓS...
Decir adiós siempre es difícil
y más cuando se rompen las amarras
que te atan a un círculo concreto,
a una vida seguida hasta ese instante,
a un cariño sincero y verdadero
que entregaste sin palabras.
Pero el adiós es algo necesario
y lo precisas, quizás sin darte cuenta.
Es algo que te viene golpeando en las entrañas
y te hace entristecer
cuando lo elevas al presente.
Decir adiós es siempre así,
como una despedida en la distancia,
como la mano de la novia que despide
al navegante en la novela,
o aquella otra que saluda con nostalgia, en la estación,
aquel vagón que ya se pierde por las vías.
Decir adiós es penetrar en las pupilas
y en el llanto,
es comprender que si se llora
es porque un tierno sentimiento sigue ahí, en ese pecho,
del que asoman unos ojos soñadores,
una risa proverbial y cristalina
troceada en mil pedazos
y unos sueños de ilusión
que ahora vuelan por el cielo.
Decir adiós es renunciar a amar
y a la batalla por querer y que te quieran,
es enjuagar nerviosamente unas lágrimas traidoras
que se asoman a los ojos y rebelan sentimientos.
Decir adiós es ser igual a quien se va
y a quien no quiere conseguir un objetivo perseguido,
aunque en esa lucha queden los sudores y la entrega
con la sangre derramada en la batalla.
Decir adiós es escuchar la música del viento
y ver cómo sacude, en la pelea,
esa orquesta irreverente de las ramas de los árboles,
es contemplar a las corrientes de los ríos,
bajando presurosas,
y trazando mil formas caprichosas en meandros y riberas.
Decir adiós es, algo así, como una triste despedida
que encoge el corazón en un instante
o quizás en poco tiempo
y lo eleva a los confines del invierno de la vida.
Decir adiós es apagar las voces de los hombres,
es renunciar a premios e imposibles
basados en los sueños y utopías,
es devolver al niño su mirada
y es entregar aquello que más quieres
sin una condición, ni pedir nada.
Decir adiós es ser igual a la verdad
que escapa presurosa de los dedos,
es admitir que un tiempo, ya pasado, se nos marcha,
que dejas en los labios la sonrisa de una infancia
y vuelas al otoño de tu vida,
buscando en esa alfombra tan dorada,
el sueño que te arrope y te proteja
de recuerdos y fantasmas del pasado.
Decir adiós es hilvanar ahora las palabras
y levantar la vista hasta unos ojos,
es pronunciar sin prisas un te quiero y un te amo
y es admitir que aquí, en el corazón,
existe la razón de tanta entrega generosa,
de tanto tiempo transcurrido con susurros y suspiros
y es el adiós de un curso que se acaba,
de un tiempo que termina,
de un cáliz que se apura y paladea con delicia.
Decir adiós es más y mucho más que todo esto
y yo sé bien que tú, mi corazón,
también lo sabes y comprendes,
como yo, en este instante,
en que escribo este poema para ti.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/06/14
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