EN UNA NOCHE DE OCTUBRE...
En una noche de octubre,
y cubiertos por las sombras,
se quedaron frente a frente
nuestras miradas ansiosas.
Allí hablaron sin tardanza
de la una hasta la otra,
y cambiaron sus secretos
siempre un tanto temerosas.
Era otoño y el relente
se pegaba entre las hojas,
y también en las pestañas
y en los labios y en las bocas.
Tú me hablabas tenuemente
con tu voz cortada y ronca,
descorriendo los cerrojos
de tu alma gota a gota.
Yo escuchaba tus palabras,
y la voz tan melancólica,
y sentía los suspiros
bien nacidos y con forma.
Porque estabas confesando
aquel mal sin pies ni forma,
el producto de tus sueños
y también de tus congojas.
Por haberte enamorado
de una mano y una rosa,
que dejaron en tu pecho
un buen día en una hora.
Y quedaste enamorada
de la rosa tan hermosa
y también de aquella mano
y sus dedos que alborotan.
Porque fueron esos dedos
los causantes de las olas
y también del remolino
de tu piel tan ardorosa.
Ellos fueron recorriendo
las mil sendas y derrotas,
de tus senos a tus muslos
lentamente en una ronda.
Y rozaron a tus labios,
a tu sexo ya sin ropa,
y avanzaron por tu vientre
arrancándole su nota.
Y dejaron en suspense
el final de aquella estrofa,
el adagio interrumpido
de una obra ensoñadora.
"...Hoy de nuevo, en otro octubre,
el recuerdo me impresiona,
deseando intensamente
tu mirada seductora..."
Rafael Sánchez Ortega ©
20/06/12
y cubiertos por las sombras,
se quedaron frente a frente
nuestras miradas ansiosas.
Allí hablaron sin tardanza
de la una hasta la otra,
y cambiaron sus secretos
siempre un tanto temerosas.
Era otoño y el relente
se pegaba entre las hojas,
y también en las pestañas
y en los labios y en las bocas.
Tú me hablabas tenuemente
con tu voz cortada y ronca,
descorriendo los cerrojos
de tu alma gota a gota.
Yo escuchaba tus palabras,
y la voz tan melancólica,
y sentía los suspiros
bien nacidos y con forma.
Porque estabas confesando
aquel mal sin pies ni forma,
el producto de tus sueños
y también de tus congojas.
Por haberte enamorado
de una mano y una rosa,
que dejaron en tu pecho
un buen día en una hora.
Y quedaste enamorada
de la rosa tan hermosa
y también de aquella mano
y sus dedos que alborotan.
Porque fueron esos dedos
los causantes de las olas
y también del remolino
de tu piel tan ardorosa.
Ellos fueron recorriendo
las mil sendas y derrotas,
de tus senos a tus muslos
lentamente en una ronda.
Y rozaron a tus labios,
a tu sexo ya sin ropa,
y avanzaron por tu vientre
arrancándole su nota.
Y dejaron en suspense
el final de aquella estrofa,
el adagio interrumpido
de una obra ensoñadora.
"...Hoy de nuevo, en otro octubre,
el recuerdo me impresiona,
deseando intensamente
tu mirada seductora..."
Rafael Sánchez Ortega ©
20/06/12
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