NADIE ME HABÍA AVISADO DE TU MARCHA...


Nadie me había avisado de tu marcha
hasta que encontré tu lecho vacío por la partida.
Allí estaba el perfume inconfundible de tu piel
en las sábanas plegadas con lascivia,
recordando la forma de tu cuerpo,
y también la almohada, arrugada y silenciosa,
que había retenido tu cabeza tanto tiempo.

Pero tú no estabas
y solamente la soledad me recibió sin un saludo,
sin una pizca de cariño y compasión
por esa escena tan doliente,
sin la palabra que otras veces me ofrecías,
sin la luz de tus ojos y el mensaje
que dejabas en los mismos.

Ropas olvidadas que anunciaban tu presencia
y tu marcha precisada e imprevista,
cajones semiabiertos como anuncios
de una búsqueda incesante y aleatoria,
ventanas entornadas y no abiertas totalmente
por la prisa.

Pero faltabas tú y eso me dolía.

Hubiera querido que me hablaras,
que te despidieras simplemente,
que tomaras mi mano, besaras mi mejilla
y luego, tras mirar mis ojos,
me dijeras adiós sin más palabras.
Hubiera querido tener la oportunidad
de poder retener tu mano un instante
y tus dedos un segundo más.
Perseguir el temblor de tus labios
y creer ver en ellos, esa fracción de tiempo,
en que la duda llegaba hasta los mismos,
y donde tu alma se debatía entre seguir ó marchar
y entre luchar o abandonar en la batalla.

Sin embargo tú no estabas
y el cuarto vacío lo decía claramente,
el espejo no reflejaba tu presencia
y yo no podía acceder a los latidos de tu seno
y a los suspiros de tu alma.

No pude evitarlo y restañé una lágrima rebelde.
Luego miré al espejo para ver mi cara
y para reírme de la figura entristecida de mi rostro.
Pero nada me devolvió el saludo en el cristal,
en ese negativo, incoherente e incompleto,
que buscaba de mí mismo.

"...Nadie me había avisado de tu marcha
y yo tampoco fui capaz de encontrar el modo de avisarme,
de correr hasta tu lecho para retenerte,
para abrazarte con fuerza,
para besarte y para decirte que no,
que no debías marcharte,
porque si tú marchabas, yo también me iría
contigo y detrás,
porque tú y yo éramos una misma esencia en el amor
y, con tu marcha, se rompía y se acababa
aquel encanto tan sublime,
regresando nuevamente
de los sueños a la vida..."

Rafael Sánchez Ortega ©
29/06/12

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