LLEGASTE, CUANDO YA NO TE ESPERABA...
Llegaste, cuando ya no te esperaba,
en medio del silencio y de la vida,
traías tu carita soñadora
y un aura de ilusión y de alegría.
Viniste cual gitana, por los campos,
cubierta con un manto de ceniza,
envuelta en un perfume de lavanda
que daba más frescura a tu sonrisa.
Llegaste como llegan las princesas
a lomos de un corcel, en la estampilla,
y todo por los sueños imprevistos,
de un niño que soñaba ser artista.
Quería que surgieras de la nada
y fueras capitana en su barquilla,
la amiga y confidente de sus penas,
la eterna sin razón de sus pupilas.
Llamaste a la cancela de la puerta
cerrada a cal y canto en ese día,
arriba chirriaron las ventanas
y un hombre se asomó por la trampilla.
Bajaron muy despacio la escalera,
abrieron el portón por una esquina,
y viste el verde gris de aquellos ojos
dejando en tu mirada su agonía.
Quisiste consolarle en un instante
y hablarle y susurrarle con caricias,
más él se resistía a abrir la puerta
y a dar el corazón que allí latía.
Entonces le llamaste por su nombre,
saltaste sin pensar a su barbilla,
y el pecho comenzó con un galope
y tú lo serenaste con tu brida.
"...Llegaste, cuando ya no te esperaba,
en medio de la bruma y la neblina,
viniste como un hada soñadora
y entonces él salió de su apatía..."
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/13
en medio del silencio y de la vida,
traías tu carita soñadora
y un aura de ilusión y de alegría.
Viniste cual gitana, por los campos,
cubierta con un manto de ceniza,
envuelta en un perfume de lavanda
que daba más frescura a tu sonrisa.
Llegaste como llegan las princesas
a lomos de un corcel, en la estampilla,
y todo por los sueños imprevistos,
de un niño que soñaba ser artista.
Quería que surgieras de la nada
y fueras capitana en su barquilla,
la amiga y confidente de sus penas,
la eterna sin razón de sus pupilas.
Llamaste a la cancela de la puerta
cerrada a cal y canto en ese día,
arriba chirriaron las ventanas
y un hombre se asomó por la trampilla.
Bajaron muy despacio la escalera,
abrieron el portón por una esquina,
y viste el verde gris de aquellos ojos
dejando en tu mirada su agonía.
Quisiste consolarle en un instante
y hablarle y susurrarle con caricias,
más él se resistía a abrir la puerta
y a dar el corazón que allí latía.
Entonces le llamaste por su nombre,
saltaste sin pensar a su barbilla,
y el pecho comenzó con un galope
y tú lo serenaste con tu brida.
"...Llegaste, cuando ya no te esperaba,
en medio de la bruma y la neblina,
viniste como un hada soñadora
y entonces él salió de su apatía..."
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/13
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