DE NIÑOS NOS LLEVABAN A LA IGLESIA...
De niños nos llevaban a la iglesia
a rezar en los bancos silenciosos,
y lo hicimos siguiendo la rutina
a pesar de sentirnos ya muy solos.
Eran años de angustia y de penumbra
de atizar en la lumbre los rescoldos,
de buscar en las calles calderilla
e ilusiones perdidas por los otros.
Esos hombres de rostro impenetrable,
corazones de duro soliloquio,
intentaban llegar a una esperanza
y una luz que alumbrara bien sus ojos.
Yo viví esos tiempos que ahora narro
y recuerdo momentos angustiosos,
junto a otros cargados de alegrías
y tan llenos de música en el fondo.
Resonaba la música en la bóveda
que escapaba de nieblas en el coro,
y formaba ese cántico celeste
que llegaba cual brisa hasta nosotros.
Recorría la piel y los sentidos
y temblaban las hojas de los olmos,
mientras yo proseguía en el silencio
ante el eco impaciente de los locos.
Era el hambre, sin duda, lo que hacía
que sintiera esa voz y esos antojos,
esa dulce promesa imaginaria
de obtener las migajas y el socorro.
Pero el hambre acuciaba los sentidos
y era igual al aullido de los lobos,
ese duro gemido que a lo lejos
taladraba los huesos sin decoro.
"...De niños nos llevaban a la iglesia
a rezar y expresarnos como loros,
pero yo rescaté, de ese silencio,
al Amor que buscaba tan hermoso..."
Rafael Sánchez Ortega ©
28/01/14
a rezar en los bancos silenciosos,
y lo hicimos siguiendo la rutina
a pesar de sentirnos ya muy solos.
Eran años de angustia y de penumbra
de atizar en la lumbre los rescoldos,
de buscar en las calles calderilla
e ilusiones perdidas por los otros.
Esos hombres de rostro impenetrable,
corazones de duro soliloquio,
intentaban llegar a una esperanza
y una luz que alumbrara bien sus ojos.
Yo viví esos tiempos que ahora narro
y recuerdo momentos angustiosos,
junto a otros cargados de alegrías
y tan llenos de música en el fondo.
Resonaba la música en la bóveda
que escapaba de nieblas en el coro,
y formaba ese cántico celeste
que llegaba cual brisa hasta nosotros.
Recorría la piel y los sentidos
y temblaban las hojas de los olmos,
mientras yo proseguía en el silencio
ante el eco impaciente de los locos.
Era el hambre, sin duda, lo que hacía
que sintiera esa voz y esos antojos,
esa dulce promesa imaginaria
de obtener las migajas y el socorro.
Pero el hambre acuciaba los sentidos
y era igual al aullido de los lobos,
ese duro gemido que a lo lejos
taladraba los huesos sin decoro.
"...De niños nos llevaban a la iglesia
a rezar y expresarnos como loros,
pero yo rescaté, de ese silencio,
al Amor que buscaba tan hermoso..."
Rafael Sánchez Ortega ©
28/01/14
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