ERA ANCIANA...
Era anciana la
campana de la iglesia
que tocaba en los
domingos a la misa,
despertando las
pasiones más diversas
y avivando los
rescoldos y cenizas.
Porque el fuego sigue
fiel en la conciencia
con las llamas
temblorosas que suspiran,
y que elevan la
mirada a las estrellas
en la noche singular
y tan precisa.
Era anciana nuestra
encina tan coqueta,
con su porte bonachón
de cada día,
y aquel aire juvenil,
sin entelequias,
que auspiciaba los
placeres de la vida.
Porque el roble y el
ciprés están con ella,
en el bosque donde
surge la sonrisa,
donde buscan los
venados la pradera
y las hadas, con su
magia, resucitan.
Era anciana la
ilusión de la caverna
que intentaba
reflejar una caricia
y con ella rescatar a
la silueta
de la vida, y en la forma
más sencilla.
Porque así lo
deseaban los profetas,
pensadores de
profundas teologías
que ilustraban de
razones las aceras
y las plazas
encendiendo una cerilla.
Era anciana la mirada
de la tierra
que extendía hasta
nosotros sus pupilas,
en un acto generoso y
de novela,
pretendiendo
convertirse en nuestra amiga.
Porque el polvo de la
misma está muy cerca
y nacemos y morimos
cual semillas,
en la tierra
solitaria y entreabierta
donde un día crecerán
las margaritas.
Era anciana la figura
tan perfecta
que dejaba sus
facciones a la brisa,
como playa que se
expone a las mareas
y a ese soplo del
nordeste y la folía.
Porque el negro de su
ropa soñolienta,
tiene huellas de
dolores y de risas,
y su alma juvenil,
que aún se conserva,
va debajo de ese
cuerpo que marchita.
Era anciana la
palabra del poema
que aquel niño
recitaba tan deprisa,
como nota sugerente y
de belleza
que algún ángel le
prendió de su cortina.
Porque el niño
susurraba pieza a pieza,
cada verso encadenado
y cada rima
con la gracia tan
sutil, con que el poeta,
concibió para crear
sus poesías.
Y es así la
ancianidad, de esta manera,
un conjunto de
palabras asumidas
de la dura antigüedad
que nos rodea
y su esencia que nos
llega todavía.
Rafael Sánchez Ortega
©
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