RECUERDO QUE HACE TIEMPO...



Recuerdo, que hace tiempo,
yo pude disfrutar de un viejo acordeón,
que con su música, y la paz, tan relajante,
que emitía, me embriagaba.

La música sonaba en el pasillo y el andén
que llevaba a la parada de los metros,
y lo hacía con pasión y sin descanso,
dejando melodías quinceañeras
y un dulce bamboleo de la mente
en la distancia.

De pronto distinguí, porque escuché,
que otro violín le acompañaba
dejando suaves notas en el aire
que llegaban al oído.

Era un dúo incomparable el que formaban
y trazaban en la mente y en los sueños,
con relieves y arabescos,
de una música sin nombre,
los perfectos instrumentos,
y unas manos que arrancaban de los mismos
mil suspiros y gemidos, entregándome sus sueños
y caricias.

No podía resistirme a tanto encanto
y temblaron mis pupilas complacidas.

Soñé con pajaritas de cristal
que creaban unas manos inocentes,
con preciosas mariposas de colores
que volaban sin descanso por mi vientre,
con las rimas y gorriones de la infancia
que escapaban de unos versos y un poema,
con resacas de una playa solitaria
que aguantaba los envites de las olas muy furiosas,
con las fuentes cantarinas de la aldea
que tomaban, sin descanso, unas lágrimas del cielo,
con el bosque solitario de los robles
y los elfos y las hadas que pisaban sus alfombras tan doradas,
con el tierno amanecer de las mañanas en el monte
y ese manto de rocío que cubría las praderas,
con la nieve que adornaba los tejados
y la forma caprichosa de la luz y del carámbano de hielo,
con la mano que pedía una limosna
en la puerta de una iglesia,
con el barco que rompía el horizonte
y lo hacía estremecerse en un segundo,
con el beso que se daban las estrellas
mientras yo las contemplaba con envidia,
con el junco tembloroso de la orilla
que vibraba como un niño abandonado,
con las olas que llegaban a la playa
y que, en ella, se estiraban y dormían,
con la calma y el susurro de la tierra
y el silencio sepulcral del campo santo,
con tus ojos y mis ojos que miraban a lo lejos
y buscaban ese mundo de ilusión y de utopía,
con tus manos y mis manos que se hacían mil novillos
y trazaban lo imposible,
con tus labios y mis labios, temblorosos e impacientes,
que jugaban a ser niños,
con tu abrazo y con mi abrazo, irreverente y tan nervioso, 

siempre lleno de pasión y sentimientos
que querían ser eternos...

Y te amé, mi corazón, amé a ese mar
y a su tic-tac,
a ese latir apresurado que venía con las olas y resacas,
a ese mundo de emociones contrapuestas,
a ese encanto tan sublime de una música olvidada
y perdida en los andenes y pasillos.

Y perdí, sin darme cuenta, aquel vagón
del viejo metro que debía trasladarme
a la rutina del trabajo y de mi vida
para ir hasta tus brazos.

Rafael Sánchez Ortega ©
21/11/14

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