QUIZÁS LOS CAMPANARIOS...
Quizás los campanarios
se llenen de palomas
y puede que las plazas
se vistan con las hojas,
alfombras placenteras,
campanas primorosas,
que alegran los sentidos
al paso de las horas.
Las nubes soñolientas
se mezclan con las olas,
formando un horizonte
de mitos que transforman,
los días y las noches,
los sueños y las formas,
las risas placenteras
con llantos de la alondra.
Es fruto del otoño,
la música y la nota,
que escapa de los ojos
y labios que se rozan,
se besan y se buscan,
traspasan esa boca,
de labios infantiles
y muecas muy redondas.
Los barcas ya descansan
y apoyan bien su proa,
calientan las cubiertas,
dilatan las estopas,
las brumas se diluyen
y quedan por la popa,
los miedos y galernas
aceptan la derrota.
El cuadro es sugerente,
la vida es lo que importa,
un día y otro día
se pasan y deshojan,
se pliegan al destino,
se marcan y se cortan
y así se va el otoño
con grises y con sombras.
Atrás, los campanarios,
altivos bien se mojan,
con lluvias de los cielos
cual besos y sin rosas,
el campo soñoliento
se encoge entre sus formas,
"la tierra de los niños
que quieren ser palomas".
Rafael Sánchez Ortega ©
26/11/14
se llenen de palomas
y puede que las plazas
se vistan con las hojas,
alfombras placenteras,
campanas primorosas,
que alegran los sentidos
al paso de las horas.
Las nubes soñolientas
se mezclan con las olas,
formando un horizonte
de mitos que transforman,
los días y las noches,
los sueños y las formas,
las risas placenteras
con llantos de la alondra.
Es fruto del otoño,
la música y la nota,
que escapa de los ojos
y labios que se rozan,
se besan y se buscan,
traspasan esa boca,
de labios infantiles
y muecas muy redondas.
Los barcas ya descansan
y apoyan bien su proa,
calientan las cubiertas,
dilatan las estopas,
las brumas se diluyen
y quedan por la popa,
los miedos y galernas
aceptan la derrota.
El cuadro es sugerente,
la vida es lo que importa,
un día y otro día
se pasan y deshojan,
se pliegan al destino,
se marcan y se cortan
y así se va el otoño
con grises y con sombras.
Atrás, los campanarios,
altivos bien se mojan,
con lluvias de los cielos
cual besos y sin rosas,
el campo soñoliento
se encoge entre sus formas,
"la tierra de los niños
que quieren ser palomas".
Rafael Sánchez Ortega ©
26/11/14
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