NO CREO QUE LA LLUVIA TRAIGA LLUVIA...
No creo que la lluvia traiga lluvia
hasta mis ojos muy cansados.
Es posible que estos ojos sólo tiemblen
por el frío y por el miedo.
No quisiera que el rocío los empañe,
ni que vayan por el día restregando sus legañas
a otros ojos y miradas.
Hoy es fiesta en muchas almas que celebran este día,
que lo viven con auténtica frescura,
como niños de hace años.
Para ellos es el día de la fiesta con mayúsculas,
aunque tengan a su lado la miseria y la tristeza
de otras gentes,
la pobreza y la mirada del que pide una limosna,
esa mano temblorosa que se asoma en una esquina
y que exhibe sus andrajos.
Es la fiesta sin palabras, de los hombres
que la esperan, que la viven y la sienten
como algo que ha calado en sus entrañas
y también como el legado que han dejado sus mayores.
Nada importa si en la fiesta unos ríen y otros lloran,
si hay comida en abundancia mientras otros
la suplican con sus ojos,
si en los bares se derrocha en la bebida y el tabaco,
cuando afuera hay quien tiene esas carencias,
esa falta de recursos,
esa rabia contenida por el hambre de los cuerpos
y del alma.
Es por eso que no creo que la lluvia
traiga lluvia hasta mis ojos, porque es fiesta,
y en las fiestas hasta el llanto se disfraza de colores
y se cubre con banderas en las almas.
¡Pobre fiesta sin un rezo,
sin un cielo que te mire,
sin la sombra que perdone,
sin la mano que se ofrezca,
sin el beso suplicante...!
Rafael Sánchez Ortega ©
21/04/12
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