HE SUBIDO DESPACIO HASTA LA IGLESIA...
He subido despacio hasta la iglesia
a mirar la caída de la tarde.
Me he sentado en la piedra un tanto fría
para ver a las nubes acostarse.
Y he pensado en las tardes de la infancia,
escapando de idiomas y lenguajes,
al llegar y buscar, entre las piedras,
una sombra tan dulce y adorable.
Yo veía pasar a las alondras,
tan coquetas, quizás, con su plumaje,
y le hablaba a los robles centenarios
y también a los cielos y a los mares.
Y sentía que un fuego en las entrañas
circulaba en las venas, por mi sangre,
y dejaba la magia en mis sentidos
como hojas prendidas en los árboles.
El nordeste llegaba presuroso,
sorteando las cuestas de la calle,
y soltaba el salitre por mi cara
como un beso rozando los portales.
Era un tiempo bonito, que ha pasado,
con su gracia de loco mareante,
más quedaron cinceles con sus huellas
en las piedras ausentes y sin nadie.
Ahora he vuelto, de nuevo, hasta su lado
a sentir el latido vacilante,
y a buscar unos pasos, que hace tiempo,
se perdieron sus ecos con el aire.
No he podido evitar que la nostalgia
y la lágrima tierna me aflorase,
y añorara los sueños y los besos
de aquel sol que marchaba cada tarde.
Ni he podido evitar, que en el recuerdo,
la figura difusa se mostrase,
y me hablara en silencio, sin palabras,
y en sus ojos leyera su mensaje.
Y también he absorbido aquel aroma
tan sutil, generoso y embriagante,
que escapando del cuello del vestido
circulaba por senos y por talle.
He pensado también, en las palmeras,
con sus ramas curiosas y oscilantes,
en gorriones llegando hasta las mismas
y en las rimas silentes de sus bailes.
Y no pude evitar una sonrisa
al pensar todo aquello con detalle,
y al sentir que la vida es un susurro,
de una luz que transcurre en un instante.
"...He subido despacio hasta la iglesia
a mirar las marismas y los sauces,
y también para ver, sobre las aguas,
ese beso del sol al ocultarse..."
Rafael Sánchez Ortega ©
05/01/13
a mirar la caída de la tarde.
Me he sentado en la piedra un tanto fría
para ver a las nubes acostarse.
Y he pensado en las tardes de la infancia,
escapando de idiomas y lenguajes,
al llegar y buscar, entre las piedras,
una sombra tan dulce y adorable.
Yo veía pasar a las alondras,
tan coquetas, quizás, con su plumaje,
y le hablaba a los robles centenarios
y también a los cielos y a los mares.
Y sentía que un fuego en las entrañas
circulaba en las venas, por mi sangre,
y dejaba la magia en mis sentidos
como hojas prendidas en los árboles.
El nordeste llegaba presuroso,
sorteando las cuestas de la calle,
y soltaba el salitre por mi cara
como un beso rozando los portales.
Era un tiempo bonito, que ha pasado,
con su gracia de loco mareante,
más quedaron cinceles con sus huellas
en las piedras ausentes y sin nadie.
Ahora he vuelto, de nuevo, hasta su lado
a sentir el latido vacilante,
y a buscar unos pasos, que hace tiempo,
se perdieron sus ecos con el aire.
No he podido evitar que la nostalgia
y la lágrima tierna me aflorase,
y añorara los sueños y los besos
de aquel sol que marchaba cada tarde.
Ni he podido evitar, que en el recuerdo,
la figura difusa se mostrase,
y me hablara en silencio, sin palabras,
y en sus ojos leyera su mensaje.
Y también he absorbido aquel aroma
tan sutil, generoso y embriagante,
que escapando del cuello del vestido
circulaba por senos y por talle.
He pensado también, en las palmeras,
con sus ramas curiosas y oscilantes,
en gorriones llegando hasta las mismas
y en las rimas silentes de sus bailes.
Y no pude evitar una sonrisa
al pensar todo aquello con detalle,
y al sentir que la vida es un susurro,
de una luz que transcurre en un instante.
"...He subido despacio hasta la iglesia
a mirar las marismas y los sauces,
y también para ver, sobre las aguas,
ese beso del sol al ocultarse..."
Rafael Sánchez Ortega ©
05/01/13
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