4.437 - DÍA DE LLUVIA.



 Antes recordaba que, en la mañana, 

había paseado bajo la lluvia 

y que lo hice con el paraguas abierto. 


Algo difícil, en mi caso, 

y más en un paseo de casi cuatro kilómetros. 


Es cierto que alguna vez he bajado con el paraguas 

y que también en alguna ocasión he tenido que abrirlo, 

pero ha sido a ratos 

y por el clásico chubasco 

que luego te permite volver a cerrarlo 

y continuar caminando sin tener que llevar el brazo 

aguantando ese armatoste. 


Es bonito caminar bajo la lluvia. 


Ahora me han venido a la cabeza 

momentos en los que he disfrutado 

de instantes así, 

mojándome y compartiendo con la lluvia, 

una caminata, una marcha, 

una ascensión en la montaña, 

una acampada bajo una tienda, en la sierra, 

una tormenta, y así un larguísimo etcétera 

que daría para poder escribir algún relato. 

Pero sé que fue en otro tiempo 

y con una figura más joven en edad y en fuerzas, 

en esos momentos que cada uno 

tenemos reservados en el libro de la vida 

para enmarcar con letras de oro 

y que luego rescatan los recuerdos 

y nos traen su aroma, 

como una taza de café, 

que tanto se añora y paladea. 


Y sí, tengo que reconocer 

que aquellos fueron momentos de magia, 

en que las pupilas cargadas de inocencia

iban descorriendo los visillos de la lluvia 

y mirando a través de ellos 

a un mundo desconocido, nuevo 

y lleno de encanto 

que venía a mi encuentro. 


Por eso no puedo olvidar aquella comunión, 

muchas veces repetida y aceptada, 

con los ojos recibiendo las lágrimas del cielo 

y llorando, a su vez, de emoción y alegría, 

ante un espectáculo tan maravilloso, 

mientras, el cuerpo, 

la figura con alma que me ha sido prestada 

y que da vida a mis pensamientos y sentimientos, 

se mojaba y empapaba, sin darse cuenta, 

para tener que buscar, luego, el refugio 

y el abrigo en un lugar seco 

y cambiarse de ropa 

y saborear, lentamente, esos instantes vividos.


Rafael Sánchez Ortega ©

05/09/20

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