ORACIÓN.



Yo también quiero rezar en esta tarde,
y lo hago por ti, día que marchas,
por el día precioso transcurrido,
por el cielo celeste que mostraste
y esa luz que cegaba mis pupilas.

Y te rezo sin dudar por esta vida,
con las sombras y dudas que me ofrece,
porque creo que tiene su importancia.
Hay en ella ese halo de esperanza,
ese lindo perfume de las flores,
esa paz que se esconde y que palpita
en el fondo silente de las almas.

Pero rezo también por las personas,
por los hombres que purgan sus pecados,
por los niños que juegan en el parque,
por las madres que esperan a su esposo,
por el joven quizás enamorado.

Y le rezo a los mares con sus olas,
a las costas agrestes y a las playas,
a la arena que corre perezosa
con la brisa que sopla del nordeste.

Y mi rezo va a ti, tarde que marchas,
ya que quiero fundirme en un abrazo
con tu manto de sombra irreverente,
con el sol que se oculta y que se apaga.

Es mi rezo más bien una plegaria
sin acordes ni falsas letanías,
sólo quiero el rumor de la corriente
que mis labios musiten sin descanso;
porque amar y llorar es más que eso,
más que dar y vertir candor y agua,
es volver a la fuente de la vida
a buscar ese algo que te falta.

Ya termina mi rezo en esta tarde,
y termina quizás, como ha empezado,
despidiendo a este día que se acaba
en un canto a la vida y no a la muerte.

Mi oración sube arriba, hacia los astros,
y pronuncia tu nombre niña mía,
es a ti a quien quiero acariciarte
y también de quien busco la caricia,
porque amar, sin dudar, es algo eterno,
sólo es dar y entregarse, aunque te duela.

Rafael Sánchez Ortega ©
06/03/11

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