UN BESO Y UN ABRAZO...


Un beso y un abrazo eterno, me enviaste,
y yo cerré los ojos lentamente.


Pensaba en los abrazos y los besos
de otros días
con aquellas pinceladas de colores
y el susurro de tus labios, que llegaba
en la distancia,
diciendo que estabas cerca y a mi lado.


También recordaba los abrazos y los besos
de caramelo de tantos días,
con sus tardes encantadas.


...¡Sí, cerré los ojos y estaba allí,
en el monte!,
en aquel lugar precioso y escondido,
pensando en ti
y enviándote un soplo de la vida
que llegaba hasta mis venas.


Pensaba en los abrazos interminables
de tantas noches compartidos en silencio.
Pensaba en tu mirada y en tus labios
temblorosos,
pensaba en aquellos dedos que buscaban
el cigarro y lo llevaban a tu boca,
pensaba en el café de aquella taza
que bebías muy despacio.
Pensaba en las palabras y en la calma
que tu voz me transmitía,
y pensaba, ¡cómo no, hasta en mis sueños!,
los que tuve, sin decirte nunca nada,
mientras yo te recitaba mis poemas,
que escuchabas en silencio,
en aquella comunión bien compartida.


Yo quería más que nunca pronunciar
aquella frase,
una frase que la lluvia empapaba con sus gotas
y dejaba en tus pupilas simplemente,
una frase con un nombre y un destino,
una frase para ti, querida mía.


Yo quería ser de pronto una gaviota,
(¿la recuerdas?),
aquella que venía con la aurora a despertarme
de mi sueño,
y quería volar en la distancia y acercarme
hasta tu lado, hasta tu costa, hasta tu casa.
Quería con mis alas rozar en tus cristales
y ventanas,
quería que me vieras y sintieras,
quería que escucharas mis palabras
y silencios,
quería que supieras que te amaba,
quería...


...Pero la soledad me despertaba y volvía
a la dura realidad de cada día.
Mi camino proseguía en solitario.
No había sombra que aliviara mi delirio,
no había fuentes que mitigaran la sed
que me embargaba.


Y yo quería y deseaba la sombra de tu cuerpo,
la fuente de tus labios,
los dedos de tu mano que calmaran a la fiebre
de mi sangre.


...Pero debía continuar, y así me lo indicabas
con un gesto,
con tu rostro que veía en la distancia,
con las letras tan preciosas que escribías
en mi pecho,
con las lágrimas sin nombre y sin destino
que salían de tus ojos.


Yo sabía que estarías siempre cerca y a mi lado,
y sabía de tu abrazo y de tus besos infinitos,
con sabor a caramelo,
pero te quería a ti, querida mía,
quería solamente tu presencia y tu mirada,
quería tu cariño y tus caricias,
quería que tú fueras la persona receptora
de mis besos y palabras,
quería que supieras que escribía aquellos versos
para ti, pero...


...¡Sí, pero yo solo cerré los ojos lentamente,
allí en el monte,
y recibí el abrazo con tus besos infinitos!,
mientras pensaba que los míos se perdían
en el tiempo y la distancia...


Rafael Sánchez Ortega ©
17/08/11

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