¡CUÁNTO DOLOR HA VISTO EN SUS PUPILAS!

¡Cuánto dolor ha visto en sus pupilas!,
¡cuánta emoción se ahoga en su garganta!,
¿por qué ha de suceder esto, Dios mío?,
-una y otra vez el niño preguntaba-

Eran gritos lanzados al vacío,
preguntas sin respuestas a la nada,
la eterna oscuridad en su frontera
del hombre y la razón que le buscaban.

Pero la vida ofrece sus misterios
al niño y al actor en este drama,
será el espectador de su destino
que aplauda si ha lugar o vierta lágrimas.

Un día, ante los ojos soñadores,
las olas mostrarán su estela blanca,
los cantos de sirenas y delfines,
envueltos del salitre por las algas.

La luz de la florina primavera
vendrá hasta los jardines de la plaza,
entonces los claveles y las rosas
de nuevo vestirán todas sus galas.

El cielo azul celeste del verano,
las nubes que se miren en las aguas,
la dulce sintonía de la esquila
anuncio del rebaño en lontananza.

La oscura golondrina del otoño
con rimas en sus alas plateadas,
que vuelan y que juegan perezosas
y rozan con sus alas las ventanas.

La noche que se marcha lentamente,
el día que amanece con el alba,
el pecho que suspira sin gemidos,
las siete que ya anuncia la campana.

El niño se despierta soñoliento,
ajeno a las preguntas que le aguardan,
la brisa le traerá con sus caricias
el eco de recuerdos y nostalgias.

El sepia con la foto del pasado,
las sombras de la noche que se marcha,
las dudas y los miedos de hace tiempo,
la eterna fantasía de su alma.

Pero al amor ansiado y las respuestas,
tendrá otra vez, de nuevo, que buscarlas,
aunque el camino sea duro y polvoriento,
y aunque la sed le queme la garganta.

Porque el amor, ¡amor!, nunca se tiene,
es algo que se ansía y no se alcanza,
es esa luz buscada por los niños
desde el rincón lejano de su infancia.

Rafael Sánchez Ortega ©
Sierrallana 05/07/10

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