DESPUÉS DE UNA NOCHE LARGA...


Después de una noche larga,
con múltiples vueltas y más vueltas
en la cama,
como si no me dejaras dormir o mejor dicho,
no quisieras que me quedara dormido,
logré buscar un hueco entre tus brazos
y abandonarme al silencio y a las sombras.

Debo de confesar que así lo hice,
y me abracé a la almohada
para sentirte entre ella
y confundir mis pensamientos
buscando tu olor entre sus pliegues
arrugados,
aunque también buscaba tu voz
y tu palabra.

De vez en cuando el recuerdo de tu figura
regresaba a mi lado y me llamaba "tonto",
como para alejar algún fantasma del pasado,
y me decía que seguías cerca
y que no me dejabas
con un sueño entre los labios.

Porque la sensación que guardo,
de esta noche, la que recuerdo febrilmente
y la que conservo
es una sensación inenarrable.

Veo a tu cuerpo desnudo entre mis brazos,
veo a mis dedos recorrer tu cara
y hacer temblar tus labios,
para luego  seguir por la línea del cuello
y rozar la senda que conduce a los hombros;
allí descienden por tus brazos suavemente,
hasta tus manos, y toman tus dedos
entre los míos,
y en un acto impulsivo los llevo
hasta mis labios para besarlos.

De paso observo a la flor de tus senos
temblar ansiosamente
y la escucho pedirme que vaya a su lado,
que acaricie sus pezones,
llenos de vida y misterio
que se ofrecen generosos.

Y eso hago.
Pero son mis labios los que acuden,
y es mi lengua quien recorre cada milímetro
de esa superficie sedosa y cálida
notando como se excitan,
como se estiran,
como tiemblan y como hablan
en ese lenguaje "sin palabras",
pidiendo más y más caricias,
más y más atención y cuidados,
esos pétalos divinos.

Y son tus manos las que acarician mi cabeza
y la aprietan contra ti,
contra tu vientre,
al que me invitan que visite
y me detenga en sus sendas misteriosas,
para dejar allí la humedad
y la saliva que precisan y luego,
continúe un poco más abajo,
hasta tu pubis,
a ese rincón hermoso y mágico
donde guardas el fruto del placer,
y donde ahogas los suspiros y susurros
de mil noches encantadas.

Porque es ahí, ¡precisamente ahí!,
donde mis labios  desean arrancarte
esos ayes de placer y de agonía
en un éxtasis eterno,
sin principio ni final,
mientras tus labios se quedan secos y fríos
precisando el sabor de los míos,
que buscan con pasión a los tuyos,
para transmitirles, y compartir,
el sabor amilbarado de tu sexo.

Rafael Sánchez Ortega ©

17/07/13

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