DE SIEMPRE ME GUSTÓ LA SOLEDAD...


De siempre me gustó la soledad
y fue mi amiga.
Formamos una larga comunión
en forma de paseos y silencios,
de sitios visitados, y en otros,
de atalayas de la vida.

Recuerdo los lugares recorridos
que eran como un brazo de los sueños.
Quizás eran los sitios ideales
para vivir aquello que escapaba
de los libros a mis ojos.
Solía subir a la iglesia
o ir al malecón de la barra,
en la entrada del puerto,
y allí me pasaba largos ratos mirando, pensando
soñando...

Conservo algún poema de aquellos tiempos
surgido en esos sitios y creado por mis dedos.

Desde la entrada de la iglesia hay una balconada
con una marisma enorme;
sobre ésta se ve una colina con algo de bosque
y al fondo todo el macizo de los Picos de Europa.
En la barra está el mar con su horizonte
infinito y verdeazulado y esas olas
con su cadencia infinita que van llegando
hasta nosotros.

Estar allí y ver el final de la tarde,
contemplar al sol como se ocultaba tras las cimas
y luego imaginar mil fantasías con ese cielo rojizo
que dejaba entre las nubes.
Por otro lado, en la otra punta del pueblo,
comulgar con las olas y verlas romper en la escollera,
sentir sus latidos, sus gritos, su rabia
y también oler y empaparte del salitre
para luego volver, febril hacia casa,
con el alma nueva y renovada.

Fue una etapa, aquella, muy bonita para mi,
aunque puede que visto, desde hoy,
sea una tontería.

Sin embargo alguien me dice que no,
que no son tonterías,
que es "el contacto humano con el mundo
y que la tontería sería pasar de puntillas"
y no verlo, ni detenerse a mirarlo.

Yo no lo sé,
ni sé el tiempo se detuvo algún instante,
pero sigo sintiendo el corazón enloquecido
cuando pienso en aquel niño, luego joven,
y en aquella comunión sagrada,
con la soledad y el silencio,
que trajo a mi corazón el amor
con la esencia de la vida
y la poesía.

Rafael Sánchez Ortega ©
28/02/17

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