Y TE DEJÉ PARTIR...


Tenías la sonrisa encantadora, que recuerdo,
guardada dulcemente entre tus labios.
Tenías esa gracia seductora que destilan
las sirenas.
Tenías el embrujo de las Hadas y Princesas
de los cuentos infantiles.
Tenías todo aquello que he soñado desde niño
y sin embargo...


Yo quería todo eso y mucho más,
pero pagué con mi egoísmo
al querer hacerte mía para siempre.
Porque tú no eras mía ni de nadie.


Eras del viento y de las flores,
del mar y de las olas,
de la noche, la luna y las estrellas,
de los lagos y los bosques.
Eras la niña dulce que bajaba cada día
la alameda hacia el colegio.
la que se sentaba en el pupitre
y miraba por la ventana a ese mundo
de los sueños,
la que escribía por las tardes
y plasmaba en el cuaderno aquellas letras
sin destino,
la que enviaba besos con el viento
y cerraba los ojos tras los besos.


Eras la persona que yo miraba y admiraba
y quien creía que escribía esas cosas
para mi,
en ese tiempo.


Pero entonces, una tarde,
el eco devolvió aquellos besos y tus letras,
y yo los recogí tembloroso e impaciente
y pude ver que no era el destinatario
de las mismas.


Tú no escribías para nadie,
ni mandabas tus besos para que otra persona
los recogiera en la distancia.


¡Amabas a la vida simplemente!
Amabas con tu alma tan sencilla
que te hacía inaccesible ante mis ojos,
y por eso te amé aún más todavía,
desde ese instante.


Amaba cada gesto de tu cara
y besaba en mi silencio tu figura
y besaba y abrazaba aquel cuerpo adolescente
que crecía, como el mío,
que luchaba contra el mar
y las galernas de la vida,
pero huía de las rosas con espinas
y también de los escajos que arrancaban
los dolores del camino.


Entonces comprendí cuánto te amaba y vi también
que nunca serías para mi
ni tampoco para nadie,
porque eras diferente.


Ya eras como una mariposa de colores,
una linda mujercita escapada de los cuentos
infantiles,
que volaba por el mundo de los sueños
y vivía intensamente entre la vida
cada día y cada hora, y hasta casi, si me apuran,
disfrutando sus segundos.


No podía cortar tu sueño
ni marchitar la luz de tu sonrisa,
no podía ni debía hacerte daño,
debías emprender un gran camino sin retorno,
volar y amar a todo el mundo,
vivir tu propia vida plenamente y ser tú,
tan sólo tú,
y no una parte de mi vida.


...Y te dejé partir con tu sonrisa encantadora,
con la gracia seductora que destilan las sirenas,
con el embrujo de las Hadas y Princesas
y con todo aquello que había soñado desde niño
y dejé guardado en mis recuerdos,
para siempre.


Rafael Sánchez Ortega ©
09/02/12

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