CONTÉ HASTA DIEZ...

Conté hasta diez
y el tiempo se detuvo,
una tras otra las horas transcurrieron,
y allí me vi,
sentado en aquel banco de la costa,
con mi bastón,
mirando al horizonte.

La roca firme me hablaba y susurraba,
contaba los secretos guardados
con el tiempo,
las risas de los niños jugando
por el parque,
los besos y caricias robados al ocaso,
la sangre acelerada,
el último suspiro al sol
que se marchaba,
el vuelo por la costa, fugaz,
de la gaviota,
la barca que volvía
del mar verdeazulado,
las mozas en el puerto,
nerviosas y rezando...

...Y yo seguí mirando al horizonte,
a esa conjunción que se escapaba,
a esa sensación de los delirios
que llegaban a la mente.

Y así te vi, de nuevo, como siempre,
con el vestido verde realzando
tu figura,
y tus cabellos blancos tan revueltos
por la brisa del nordeste.

Llegabas con tus labios sonrientes,
traías el salitre por tus poros,
venías de ese mundo misterioso
donde todo se confunde;
tu pecho musitaba una plegaria,
una oración silente y progresiva,
un canto a Dios, al hombre
y a la vida.

Buscabas ese puerto tan ansiado,
la playa y las arenas tan doradas
que tu cuerpo reclamaba.

¡Tenían tanto sueño tus pestañas...!

Más yo seguía ausente, mientras tanto.
Ausente a tu llegada,
buscando entre los pliegues
de ese océano sin nombre a tu figura,
a ese canto de mis sueños,
a esa brisa que me besa en la mañana,
a ese lecho de corales y sirenas
de los cuentos,
con su luz y fantasía.

Seguía allí, mirando el horizonte,
sin darme cuenta
que ya estabas a mi lado,
que dormías en tu lecho dulcemente,
que una música sin nombre
te aneaba entre sus brazos,
entre valses y suspiros
de las olas y resaca.

Conté hasta diez, de pronto, nuevamente.
Bajó el telón dormido de la vida
y comenzó la misma con su ritmo.

La costa embravecida
por el choque de las olas,
los gritos y blasfemias
del marino con su barca,
las riñas de los jóvenes amantes
en el parque,
el paso del mendigo
persiguiendo una limosna,
los ojos de aquel niño
precisando una caricia...

Y allí me vi, viviendo todo aquello,
sintiendo los reproches de la vida;
sintiendo como sienten los poetas,
y haciendo de mis lágrimas
la tinta de la pluma
que lleve hasta el cuaderno todo esto.

"...Conté hata diez y el tiempo se detuvo
en estos versos..."

Rafael Sánchez Ortega ©
27/12/10

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