SOPLABA EL VIENTO DEL NORDESTE...


Soplaba el viento del nordeste, sin cesar,
en aquel día.
Bendita sensación la de sus aguas
con láminas añil, de un verde y azulado
tan inquieto.
Las olas se rizaban con la brisa
que soplaba.

Recuerda bien, mi Mar,
al viento del nordeste que soplaba
enfurecido.
Allí te conocí, cruzando nuestros pasos
y caminos.
Tú estabas muy molesto por culpa de ese
viento, que sin duda te cegaba,
y yo te sonreí.

Recuerda simplemente, Mar,
que no nos conocíamos.
Que fuimos dos extraños, hasta entonces,
y tú nada sabías de mi vida.
Yo tampoco había disfrutado de la paz
y la frescura que nacía de tu lecho de cristal
irreverente.
Acuérdate muy bien de aquel momento
y no lo olvides.

Un niño se acercó hasta tu lado,
con cara de inocencia,
y te llamó a ti, Mar, con un
suspiro incoherente.
¡Tenía tantas cosas que pedirte
y tantas que contarte...!
que admirado por tu gracia y tu belleza
extendió sus brazos para estrecharte
entre ellos, mientras tú, simplemente,
le ignorabas y bañabas con un golpe de resaca
y de salitre.

Recuerda bien aquello, Mar, y no lo olvides.
No te enojes si te traigo aquella escena
del pasado a tu recuerdo.
Él te amaba.
Por eso te ofreció su confianza
y te habló de tú a tú,
contándote sus penas y alegrías.
¡Te amaba, Mar!, y tú no te enteraste,
ni escuchaste sus palabras,
ya que estabas más pendiente
de llevar tus resacas y mareas
a otras playas y otras costas.

Recuerda aquel momento, Mar,
y no lo olvides.
El viento del nordeste era muy fuerte.
pero era sano y curtía las mejillas
de los hombres.
Cicatrizaba sus heridas,
cauterizaba las pasiones
y hasta hacía que los niños se enamoraran,
como aquel, de quien te hablo,
y tú ya no recuerdas.
La brisa afloraba las sonrisas
de las almas,
las flores se movían temblorosas,
las arenas volaban emulando cenizas
de las rocas
y unos labios invisibles te buscaban,
sin cesar, y pronunciaban tu nombre.

¡Oh, Mar!, tu no recuerdas aquel instante,
y bien que lo lamento,
pero el amor pasó muy cerca de tu lado.
Estaba en aquel niño y en sus versos,
estaba entre los sueños que llevaba
y albergaba su cabeza,
estaba en unos ojos infantiles,
que admirados, contemplaban a tu cuerpo
tan desnudo,
estaba en ese añil, verdeazulado,
que llevabas como un manto transparente
y estaba allí, en el corazón que te llamaba
y te gritaba tras la brisa del nordeste.

¡Oh, Mar!, hoy sopla nuevamente aquel nordeste
como en tiempos ya pasados.
Pero no hay un niño que te mira,
ni unos versos que te buscan,
ni unos ojos que te llaman,
ni tampoco está aquel grito silencioso
que gemía con tu nombre.
Simplemente estás tú, con tus resacas
y mareas,
con tus olas y tus playas,
con las costas tan altivas
y con ese corazón tan bien blindado
que no atiende a sentimientos ni razones.

Quizás por eso lloro, Mar,
y te maldigo por no haber sabido
aprovechar aquel momento,
por no haber pedido que aquel niño
te contara sus secretos
y porque le dejaste marchar, sin atenderle,
con la ilusión y tantos sueños, bajo el brazo,
hacia otro mar,
distinto y sin nordeste.

...Pero ya sé que no te importa,
y que nada importa en este instante,
incluso el que lloren los peces
al saber de todo lo ocurrido en aquel tiempo
ya pasado.
¿Te imaginas ver llorar a los peces?.
-sonrío.
Pero es así. Los peces han llorado y lloran,
porque saben llorar, y la brisa todo lo cura,
todo lo cicatriza,
y hasta las heridas de las almas
se convierten en senderos invisibles
con el viento del nordeste.

Al final de este poema nos quedaremos solos,
tú y yo, Mar,
y ambos olvidaremos aquel niño
que te citaba y recordaba
con su imagen del pasado.

Cerraré los ojos, y tú harás lo mismo con los tuyos.
Aspiraré el salitre de las aguas,
y tú suspiraras a las estrellas en la noche.
Sentiré a la brisa besar mi cuerpo estremecido
y las gotas de la resaca restañarán mi piel
mientras tú azotarás, con tu añil verdeazulado,
a las costas y a las playas.
Y al final, simplemente, murmuraré tu nombre
para embriagarme con él y tu sonrisa
ya olvidada,
como tantas veces hice a lo largo de la vida,
en mis poemas,
pero tú me envidiarás y llorarás entonces
con la ausencia del Amor en tus entrañas
y sentirás el escozor que te producen
el salitre y el nordeste,
cuando grita el corazón a las respuestas
y el vacío, de preguntas que le mandan
desde el alma.

Rafael Sánchez Ortega ©
29/04/15

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