CONFIESO MI PECADO...


Confieso mi pecado por amarte
y por sentir el alma enamorada,
quizás de una ilusión,
que me dejó tu voz y tu palabra.

Y aquí quedó, conmigo, en el recuerdo,
y no he podido nunca el arrancarla,
porque es más fuerte que la vida misma,
y va conmigo, incluso a las montañas.

Confieso mi pecado, doblemente,
por amar a la voz que cautivaba,
por crear la diadema de platino
en una frente perlada de nostalgias.

Pero te amé y fui fiel
a pesar de sentir la gran batalla,
que se libraba entonces en tu pecho
alejándome de ti, en la distancia.

No supe comprender aquel pecado
ni el amor que en mi alma se formaba,
ni supe adivinar que tu destino
era lejos de mí, tras otra playa.

Porque las dudas fuertes de mi  costa
hicieron que temblaran tus pestañas,
lloviera en tus pupilas,
rodando, con dolor, algunas lágrimas.

Hoy te pido perdón
por haberte querido en esa etapa,
cuando era más osado,
y cuando en tantas tardes te acosaba.

Te quería para mí, en exclusiva;
los celos los traían las resacas
de aquellas borracheras silenciosas
de salas y ventanas.

Pero pequé, mi amor,
y nunca me dijiste qué pasaba;
te fuiste de  mi lado para siempre
y me quedé vagando entre la escarcha.

La escarcha de la rosa y de la espina,
cubierta de dolor,
oliendo a podredumbre en su miseria:
¡la escarcha de la tierra calcinada!

"...Confieso mi pecado por amarte
y por dejar el alma entre las zarzas,
no sé si fue pasión,
pero te amé mi amor, sin decir nada..."

Rafael Sánchez Ortega ©
16/01/14

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