LA BATALLA...



La batalla ha terminado,
y los cuerpos, nuestros cuerpos,
ya descansan, agotados,
y rendidos en la cama.

Es verano y es de noche.
El cuarto está a oscuras,
la habitación rezuma calor por los cuatro costados.
Es como si las llamas de un fuego
intenso estuvieran caldeando el ambiente;
como si un brasero siguiera
animando la estancia.

Los cuerpos, tras amarse, descansan.

Pero son nuestros cuerpos,
brillantes de sudor,
los que están en la penumbra del cuarto.

Los latidos se van espaciando
después de ese tiempo vivido
en que los corazones rompieron el ritmo
y corrieron desbocados.
Un aroma sensual nos abraza con celo
y nos hace sentir los momentos
robados mintutos atrás.

Yo te miro y te observo, acostada en la cama,
con tu cuerpo desnudo que apenas se agita.
Y te miro y te hablo en silencio
y te digo que sí, que te amo,
que preciso tu abrazo de seda,
tus labios de fuego,
tus manos de niña mimada,
tus ojos perlados de añil por la noche,
el débil suspiro que vino a tus labios,
tus senos sensibles que vi estremecerse,
tus piernas temblando buscando las mías.

Aunque quizás tendría que definirte
y calificarte
como la gata impulsiva miagando en la noche,
la loba que aulla, lejana, a la luna,
la tierna sirena escapada de un cuento,
la corza, quizás saltarina, que va por el bosque,
la dulce y servil cenicienta que tanto he soñado.

...Porque soñar es bonito y lo hago
y comparto contigo
y tú sabes y sé,
que me gustan los cuentos azules,
aquellos que vi y que leí hace tiempo,
en la infancia.

Por eso bendigo esta noche pasada,
este tiempo sublime en que un Dios
permitió que se unieran dos almas,
y en que fuimos, tal vez, animales
y humanos,
y así nos portamos,
como todos los hombres que viven,
que sienten, que gozan y aman,
en el tierno ritual de una danza sin nombre,
donde amor y deseo se juntan,
donde busca la mano otra mano,
y los labios se inquietan y gimen,
y los pechos se excitan y claman,
y los cuerpos se juntan y alcanzan
ese clímax que eleva sus almas,
el acto sublime que asfixia la mente,
y la gran realidad del monólogo sordo,
donde solo es amor,
el Amor, sin palabras.

Sin embargo no quiero terminar esta escena
sin antes llevar mis manos a tus mejillas.
Quiero rozar tu cara,
quiero leer tus ojos,
quiero sentir tus besos,
quiero escuchar el eco apagado de tu risa
y quiero ver a Dios en esa gruta inaccesible.

Porque de nuevo el fuego vuelve a mí
y a mis entrañas,
y mi cuerpo se rebela en este invierno
como un niño que amanece sin estrellas,
y se encuentra contemplando
el volcán que va creciendo y se desborda
en la ladera de su pecho,
como un dios arrepentido de su obra
que quisiera ser el hombre que ha creado,
y es así porque el Amor es más que eso
y está ahí, entre la lava
que ahora surge nuevamente,
y aletea entre tus labios y los míos.

Rafael Sánchez Ortega ©
25/06/14

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