REMINISCENCIAS XVIII



XVIII

Aquella noche busqué entre los papeles
algunos con versos y poemas
que un día salieron de mi mano
para ella.

Quería rescatarlos y leerlos,
dejarlos sobre el marco incomparable
de la mesa, donde un día, se posaron
unas rosas especiales.

Las rosas y los versos formaron un poema
sin palabras.
Un cuadro inenarrable y bien preciso
que luego desvirtuaron los momentos
puntuales y vividos.

Recuerdo aquella tarde como nunca
y puedo asegurar que, en esas horas,
gozamos del amor intensamente,
oímos a la música del mar
llegando a nuestra playa,
sentimos un intenso escalofrío
quizás por el nordeste y el salitre
que hacía estremecer a nuestras almas.

Fue un antes y un después en nuestras vidas,
y así lo recogí en aquellos versos.

Teníamos la edad de los amantes
que tiemblan al tomarse de la mano,
que dudan si besar o ser besados
y se hablan empleando mil metáforas.

Estábamos viviendo un tiempo nuevo.
Un ciclo de emociones contenidas
desbordaba nuestros pechos,
haciendo que surgieran los suspiros,
incluso que durmieran las miradas
perdidas en los ojos
buscando el dulce almíbar que llevaban.

Y toda aquella escena fue plasmada
por mis dedos,
en letras muy nerviosas que luego
se perdieron por culpa de un olvido
involuntario.

Quedaron los recuerdos, solamente,
de unas rosas marchitadas por el tiempo,
también aquellos versos solapados
salidos, por amor, en un susurro,
y luego las cenizas de unas llamas
surgidas de unas venas juveniles.

Por eso aquella noche busqué entre los papeles
los versos y poemas que, un día,
salieron de mi mano.
Quería que me dieran la respuesta
a un tiempo ya pasado,
a un tierno sentimiento, llegado en primavera,
que luego se apagó sin saber cómo.

Rafael Sánchez Ortega ©
19/06/14

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